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El coronavirus infecta a la economía mundial
Una regla de oro para combatir las crisis es que para poder ofrecer confianza, siempre hay que tener más recursos a la mano.
- The Economist
- - Actualizado: 17/3/2020 - 12:05 pm
Si en la última semana de febrero los mercados financieros se vieron sacudidos por los peligros de una pandemia de COVID-19, en la primera semana de marzo los legisladores ya han emprendido acciones. La aceptación de que sea probable que disminuya el producto interno bruto a nivel global durante una parte de este año, del riesgo inminente de pánico en materia financiera y de una contracción del crédito ha hecho que los bancos centrales reduzcan las tasas de interés a un ritmo visto por última vez en la crisis financiera de 2007-2009.
El 3 de marzo, la Reserva Federal bajó sus tasas de interés 0,5 puntos porcentuales, dos semanas antes de la reunión programada en torno a la política monetaria. Los bancos centrales de Australia, Canadá e Indonesia también han bajado sus tasas. Se piensa que los próximos serán el Banco Central Europeo y el Banco de Inglaterra. Si los mercados monetarios están bien, es de esperarse que la Reserva Federal haga más reducciones. Se cree que, antes de junio, una medida compuesta de la tasa de política monetaria global recabada por el banco Morgan Stanley bajará del uno por ciento al inicio de este año y del dos por ciento al inicio de 2019 a 0,73 por ciento.
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No obstante, hay una sensación de intranquilidad ante la posibilidad de que una oleada de recortes de las tasas no sea la solución a esta crisis. En parte, eso refleja el hecho de que ya están muy bajas. Una regla de oro para combatir las crisis es que para poder ofrecer confianza, siempre hay que tener más recursos a la mano. En 2008-2010 la tasa de interés compuesta global se redujo tres puntos porcentuales.
En la actualidad, fuera de Estados Unidos, las tasas de interés del mundo desarrollado están en cero, cerca de él o debajo de él. Incluso la Reserva Federal tiene poco margen para recortar mucho más, tal vez una de las razones por las que los precios de las acciones no pudieron recuperarse horas después de su último movimiento.
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El conflicto también se deriva de la peculiaridad del impacto que enfrenta la economía, un fenómeno que involucra oferta, demanda y efectos de confianza. La duración de la inestabilidad depende principalmente de la gravedad del brote y de las medidas de salud pública que se implementaron para contenerlo. Debido a estas incertidumbres, los legisladores saben que aunque una opción es la reducción de las tasas de interés, también se requieren medidas fiscales y financieras para ayudar a que las empresas y las personas resistan una escasez de efectivo temporal, pero muy aguda.
Una manera en la que el virus perjudica la economía es alterando la oferta de empleos, bienes y servicios. La gente se enferma. Las escuelas cierran y los padres tienen que permanecer en casa. Es posible que las cuarentenas obliguen a cerrar por completo algunos centros de trabajo. Esto va acompañado de efectos bastante grandes en la demanda. Algunos son inevitables: los enfermos salen menos y compran menos cosas. Las medidas de salud pública también restringen la actividad económica. Poner más dinero en las manos del consumidor no servirá de mucho para contrarrestar este problema, a diferencia de lo que sucede en las recesiones normales. La actividad solo se reanudará cuando el brote haya seguido su curso.
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También existen las graves repercusiones. Tanto las empresas como las familias van a enfrentar una escasez de dinero. Consideremos una muestra al azar de 2000 empresas estadounidenses que cotizan en bolsa. Imaginemos que sus ganancias se agotaron durante tres meses pero que tuvieron que seguir pagando sus costos fijos porque esperaban una fuerte recuperación. En un trimestre no tendrían suficiente dinero extra como para salir del apuro, y tendrían que intentar conseguir préstamos o replegarse. Algunas hasta podrían quebrar. Los investigadores del Banco de Pagos Internacionales, un grupo de bancos centrales, ven que más del doce por ciento de las empresas del mundo desarrollado no generan los suficientes ingresos como para cubrir el pago de sus intereses.
Muchos trabajadores tampoco tienen mucho margen de seguridad. Están en peligro de perder sus ingresos y sus empleos cuando todavía tienen que pagar sus hipotecas y comprar bienes esenciales.
Según una encuesta de la Reserva Federal, más de uno de cada diez adultos estadounidenses no podría cubrir un gasto inesperado de 400 dólares, equivalente a aproximadamente dos días de trabajo con un ingreso promedio.
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No es fácil proyectar el golpe que esto significaría para la actividad económica. En China, que va un mes adelante del resto del mundo en relación al brote, una encuesta de los gerentes de compras muestra que la producción manufacturera de febrero cayó a su nivel más bajo desde que encuestaron por primera vez a los propietarios de fábricas en 2004. Parece probable que el PIB se contraiga en el primer trimestre por primera vez desde la muerte de Mao Zedong en 1976.
Los analistas están pronosticando descensos abruptos de la producción en otros lugares. El banco Goldman Sachs calcula que el PIB a nivel mundial se reducirá a una tasa anualizada de 2,5 por ciento en el primer trimestre. Si tenemos suerte, la crisis terminará cuando el virus deje de propagarse. Pero incluso si eso sucede, la velocidad y magnitud de la recuperación económica también dependen del grado al que se eviten esas repercusiones.
Por eso, los banqueros centrales y los ministros de finanzas están recurriendo a intervenciones más dirigidas. Estas entran en tres grandes categorías: políticas para asegurar que circule el crédito sin contratiempos a través de los bancos y los mercados de dinero; medidas para ayudar a las empresas a enfrentar los costos fijos, como la renta y los impuestos; y medidas para proteger a los trabajadores mediante subsidios a los costos salariales.
Empecemos con la circulación del crédito. Los bancos centrales y los reguladores financieros han intentado garantizar que los mercados no se paralicen, sino que sigan proporcionando fondos a quienes los necesitan. El 2 de marzo, el banco de Japón realizó operaciones de pactos de recompra por 500.000 millones de yenes (4600 millones de dólares) para garantizar que haya suficiente liquidez en el sistema. El Banco Popular de China ha ofrecido 800.000 millones de yuanes (115.000 millones de dólares, o el 0,8 por ciento del PIB) en créditos a los bancos siempre y cuando los usen para hacer préstamos a las empresas que se hayan visto muy afectadas por el virus. Se les ha pedido a los bancos que no presionen a las compañías cuyos préstamos están por vencerse.
Los gobiernos también están ayudando a las empresas con sus costos, lo cual representa el segundo tipo de intervención. Singapur planea recortes de impuestos empresariales y reembolsos fiscales y de alquiler en propiedades comerciales. Corea otorgará efectivo a las empresas pequeñas que tengan dificultades para pagar los salarios. Italia ofrecerá créditos fiscales a las empresas que experimenten una caída del 25 por ciento en sus ventas. En China, el gobierno le ha dicho a los arrendadores del Estado que reduzcan las rentas, y les ha otorgado subsidios a los arrendadores del sector privado para que hagan lo mismo.
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La última serie de medidas están destinadas a proteger a los trabajadores al evitar los despidos y mantener estables los ingresos. El gobierno chino ha decretado un recorte temporal a las contribuciones para la seguridad social. Japón subsidiará los salarios de las personas que se vean obligadas a faltar al trabajo para cuidar a sus hijos o a familiares enfermos. Singapur ha anunciado subsidios en efectivo para los empleadores de los trabajadores afectados.
En la actualidad, se están anunciando de manera esporádica estas políticas, y su implementación es incierta. Si el virus se propaga, hay que esperar más reducciones en las tasas de interés, pero también la puesta en marcha sistemática de una combinación más compleja de medidas económicas correctivas.
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