Los tiempos de Olaciregui
El pintor excava el canal, aceitado paso de esclusas. Los cerros derribados por ampliación. Bitácora del buen sentir. Nadie se queda se quieto en base, con rojo fulgor, el creador parece haberle arrebatado a las profundidades geológicas...
No hay pasado ni futuro, todo fluye en un eterno presente.
James Joyce
Afalta de Marco Polo tengo a Luis Aguilar Olaciregui. Caminante, cronista visual. Aditivo de maravillas, sin Alicia. Accionamos manivela de Cronos. Al pie volcanes, emanados y hermanados en sopa del mediodía. Dos manos bordean el mantel floreado, toma cuchara, dedos o pincel. De pie, frente a la tela. Unta al pan sin bocetos, diestro artesano. Yacen tubos exprimidos al máximo como naranjas. Expone resultados en la claridad del ventanal, chorreado de buses, alaridos, ventas callejeras.
Hablamos camino al teatro Nacional. Despreocupado calzando mocasines, camisa florentina, para no perder etiqueta informal. Realizó estudios en tierras donde respira el Renacimiento. La plática pictórica, andanada de ganchos, brisa remontando colinas. Cielo atenuado y sensual, salpicado de celajes. Armado de sellos, patentiza huellas, pone universos en cintura. Preámbulo, visión por estallar, textura sin igual. A esos años, añadimos búsqueda itinerante. Sabiduría instintiva y práctica. El pintor pasa donde no pasa nadie, contrario a los supuestos de antemano, pasa por donde todo el mundo transcurre, sin detenerse. Averiguando como buen vecino del planeta, los perfumes que delatan entramado de cerros y colinas. Sin dejar atrás los ochenta, su pictórica camina alado de inventivas. País al borde del precipicio. Crisis matapalo, exposiciones al aire libre. Docentes de la ENAP, Ars Natura y la Facultad de Arquitectura. Aguilar Ponce, Emilio Torres, Adonai Rivera, Etanislao Arias, Merejo, Rodrigo Jaén, Palomino y el fotógrafo Salomón Vergara. Relaciones directas con público, en la fenecida Boca Town. No quedan en galerías, haciendo boleros colectivos. Elocuentes disparos al espectador. Exquisita labor mantiene en alto confrontación amigable.
Volviendo al punto, mañana sabatina, ruidos bienhechores, fantasmas de “Lo que el viento se llevó”. Sube el volumen, vecindad solidaria, tertulias, fogatas de amor. Caminan a oscuras, en el fuego, como diría el poeta mexicano José Emilio Pacheco. Entonces, luego entonces, deshoja tulipanes y tocan la puerta “cartas a Holanda”. Los muros crecientes, cuando cae el más publicitado. No el pregón de Chano Pozo. Pon, pon cayó Japón y Pin, pin cayó Berlín. Se rehace mundo global, desde el mercantilismo. Egoísmo, peor que las sopotocientas plagas de Egipto. Y aúlla “cerca de púas,” la incomunicación. Noventas con Michael Jackson salen al escenario, dictadores mediáticos. Siglo en tiempos de morir. La obra marcha por su cuenta, en los altos de “La Macarronera”, bulla, espanto, selva de cemento. Yo solía masticar curiosidades, el verbo callejero de Calle Q. Doblando o escapado a la Avenida Nacional. Bocado, trazo táctil de amarillos y colaterales verdes, se alzan en las praderas. Granada de fragmentación, sobre el profundo horizonte en rojo. Con el radar en ojos y piernas. Olaciregui, transporta al espectador. Pétalos abren primeros planos y primerísimo cohortes. Profundidad casi celestial, eterniza abismos. Ventanitas, marcos hacia distancias planetarias. Puertas y siluetas, que se van y regresan al punto focal de las virtudes, color alucinante.
Olaciregui, estudioso del paraje. De vuelta, no trae suvenires, observador en gran plano de naturalezas. Abierto al contraste, floresta acechada por aires de capitalismo, sin sabores. El mundo sigue girando y ya sin Mona Bell, adorada musa de Alberto Dutary. El pintor excava el canal, aceitado paso de esclusas. Los cerros derribados por ampliación. Bitácora del buen sentir. Nadie se queda se quieto en base, con rojo fulgor, el creador parece haberle arrebatado a las profundidades geológicas. De los nuevos días con toneladas individualidades en zaguanes, y recovecos. Montaje, altar a la más pura soledad. Paraíso casi perdido, por migajas del turismo devastador. Cuenta hazañas hasta Puerto Limón por tierra, ese palenque de negritud tica. El bagaje de la espuma. Contado silencio de mareas muerden, mansedumbres. De ese tiempo para acá, visita arrecifes que pisó Colón, en la Española.
En la escuela, obligan a memorizar mapas, sitios y ríos. Qué lastima perder la brújula de las sensaciones, las huellas de muchos pasos de la naturaleza. Misivas, ofrendas. Es gratis mirar, cuando aprendemos a contemplar. Lejos y tan cerca de todo…
Este año se cumplen los cuarenta, de esa épica tan pequeña hoy. Hombres de América del Norte, pisaron como gallo a la gallina, la luna. Diva con cráteres. Y el maestro Alfredo Sinclair, alunizaba con pinceles el dilema “si era de queso”. Para mejor señas, lectura del poemario, “Los pájaros regresan de la niebla”, de Pedro Rivera.
Olaciregui concreta sendas, desata nudos De tú a tú, buscando edad al cielo, penetra espacios divinos del sueño. Obra sorprendente, terrenal como el Nazareno de Portobelo. A veces me parece, que con ese color sutil y fuerte, hay señales de cimarrón, rumbo a Palenque. Olaciregui hace suyo esto que cada cuadro nos transporta, a sensibilidades inusuales. A ese mundo que con toda la magia de Bill Gates, no podemos ver, en esta proeza nos vamos con botas exploradoras. El paraíso sin brújulas, pólvora silenciosa. Capacidad de asombro, en la mochila de caminante.
El arte no es una actividad escapista, es una flor en los sentidos. Es el medio que nos permite ampliar la movilidad de un instante, mancha tropical ardiente. Pequeña y fugaz en la caderas de Tongolele. Al pintor, hay que situarlo al este y oeste de Calidonia, profeta anunciando el final del mundo, en cartelones, hasta la Cinco de Mayo. Ya este señor tengo entendido, esta siete metros bajo tierra. Parece cercano ese final, pesan la hambruna y falta de ideas. ¡Ojalá no nos lleve Candanga! Cuando Marcianos del aire leían noticias en Radio Mía, placeres mezclados un “pinta’o”, en el mostrador del Flamingo.
El arte de Olacerigui, cuestionador, insatisfecho, libre, arremete con todas sus fuerzas formulas novedosas. Tiempla el espíritu creativo que lleva dentro. La obra desocultamiento del ser, en el repican campanas que una vez palabreo el poeta John Donne. Tocan por mí y por ti, mueca, repudio al tiempo extraviado entre rutina y desasosiego. Sociedad apretada por clavijas, ruido innecesario e infernal. Si miramos en silencio, la obra del maestro alcanzamos por fin la victoria. Con la esperanza no como retrato, mejor aún, bitácora natural. Reposa, pica y se extiende la bola. Respira magias por venir y sin fechas de expiración. Antídoto eficaz contra impotencias, rabias extraterrestres. Brindemos pues con vino de Palma, estas nuevas creaciones de Luis Aguilar Olaciregui.
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