Judas
- Madelag
¡Mamá! ¡Papá! ¡Qué bueno! Voy a ser Judas en la representación de la Semana Santa- dijo Daniel, mientras sacudía alegremente el papelito blanco. En el mismo constaba que por medio de la rifa de la suerte, recién celebrada en la escuela, se le había asignado tan importante actuación.
Su entusiasmo no asombró a los familiares, porque él (durante ocho, de los trece años de su existencia), había siempre manifestado que sería escritor y actor. Ahora podría demostrar su talento y dejar a todos asombrados con sus habilidades.
En el colegio, los que efectuaban el montaje de la ya tradicional presentación utilizaban, además del escenario, los largos pasillos que van desde la entrada, hasta las pequeñas escaleras que facilitan a los noveles actores, el acceso directo al fondo.
Las dos primeras filas de la platea se reservan para los altos dignatarios y los docentes. En esa ocasión, el escenario, como correspondía, simulaba un huerto que se mantenía en penumbra, pudiendo los espectadores vislumbrar las siluetas de Jesús y sus discípulos; que se mantenían silenciosos.
En el umbral interior del recinto apareció Judas. Llegaba acompañado por un grupo de judíos, enviados por los sacerdotes y de soldados romanos.
Alumbraban el camino con la luz de las velas; y así fueron avanzando por el corredor del centro, hasta llegar a la primera fila, frente al escenario.
Allí, inesperadamente, Judas, con una carita de “yo no fui”, se detuvo ante la silla que ocupaba su profesor de Español. Sin vacilar, y ante el asombro de todos, besó en la frente al maestro; exclamando con potente voz: “¡Yo soy Judas!, ¡Crucifíquenlo! ¡Crucifíquenlo!
Él me puso dos en el examen, y mi trabajo es muy bueno - ¡Crucifíquenlo! ¡Crucifíquelos! Los mil y tantos estudiantes presentes aplaudieron, y hubo que dar por terminada la función.
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