Esa cosa llamada libro
- Ariel Barría Alvarado (Profesor de lengua y litera
Por ahí dicen que los panameños no leemos; a mí no me consta tal aserto; en este pedazo de mundo que me toca, comparto con gente para quienes los libros no son pan; son más que pan: son la vida.
En cierta oportunidad vi a una amiga revivir (literalmente) luego de estar inconsciente durante tres días, víctima de un accidente cerebrovascular, para preguntar enseguida, como quien retoma una conversación interrumpida segundos atrás, cómo iba la edición de su libro, y luego recuperarse de tal modo que hasta pronunció las palabras de fondo en la presentación del texto, con mucha energía.
Quizás bajo la luz de esa misma llama que a ella le avivaba la vida, el martes llegó a mi oficina, en la Editorial La Antigua de la USMA, el señor Arcelio Elías Bernal Ávila, chitreano nacido en septiembre del 48, luego de tocar todas las puertas imaginables con el fin de publicar un libro, titulado “Cautiverio”. Las credenciales que presenta son las menos esperadas en estos casos: ser hijo de Rafael y de Abigaíl, un título de sexto grado, y los muchos años de su vida que dejó tras los barrotes de la cárcel pública de Chitré.
Me sorprendió, eso sí, la cantidad de lecturas que carga a cuestas, un sinfín de títulos universales y panameños, que ahora parecen acosarlo en su constante afán por sacar su propio libro a flote. Porta también un cuaderno muy manoseado, donde figuran los nombres de quienes le han comprado el libro prometido, o le han hecho abonos, y que siguen esperando, porque “me da pena, pero he tenido que ir tomando de esos fondos para comer”.
Eso lo hace ser más empeñoso en su propósito de buscar apoyo, de mandar cartas, de hablar a particulares y funcionarios del gobierno, hasta ahora sin respuesta. “¿Por qué es tan difícil publicar un libro?, si yo pongo lo importante, que es la historia”, me pregunta, con un azoro que también he visto en profesionales, jóvenes, millonarios, viejos...
Lo más curioso es que ya tiene un “dummie” impreso, un texto único que le publicaron en Chitré, con todos las erratas, porque “la plata que conseguí no me alcanzaba para la corrección”. Es su credencial, la única forma de comprobar que no anda timando a la gente.
Enjuto y perseverante, este hombre no esconde ante nadie sus pecados, pero tampoco vacila en decir: “No quiero volver a caer, aunque a veces siento que todas las puertas están cerradas, que no hay segundas oportunidades”. Su libro testimonial es descarnado, dolido, amargo, sin concesiones para él ni para nadie. “Lo que quiero es que los que no han caído sepan cómo es esto, y no caigan”. Hace un alto y se confiesa: “Como en ‘Roberto por el buen camino’ de Rose Marie Tapia, con la diferencia de que en mi libro, Roberto soy yo”.
Sonríe al recordar que entre tantas puertas cerradas se le han aparecido ángeles: “La profesora Charito, del Centro de Estudios Superiores, me está corrigiendo el texto, sin cobrarme un real, puede llamarla, ella le dirá de mí, su teléfono es el 923-0324; pero para sacar el libro necesito B/ 1,500…, imagínese, cuando yo andaba en el mal camino, esa no era plata para mí, eso me lo gastaba en una vuelta…”
Esos mil quinientos que alguna vez se le ofrecían a cada paso por un mal paso, ahora separan a este hombre de construir un sueño en tierra buena. ¿Alguien podrá extenderle la mano en este Panamá de riquezas infinitas?
Que la palabra te acompañe.

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