El Aleph o el laberinto de Borges
- Juan Carlos Ansin
El Aleph es, en realidad, el interior de Borges, un Borges no secuencial, sino interconectado instantáneamente con todo lo vivido, es el nunc y el hic-stans de su propia historia.
Mucho se ha escrito sobre el pensamiento borgesiano, yo arriesgaré mis propias conclusiones (borgiano o borgeano proviene de Borge y ninguno de los dos gentilicios le es fiel al verdadero: Borges). Borges transitó la poesía desde su intelectualidad de un modo precoz, de allí que en su obra lo épico dobla o triplica a lo lírico, sólo en los momentos culmines y en muy escasos versos sus sentimientos escapan de la prisión portentosa de su fantasía, del culto a los mayores, del panteón de sus héroes o del obstinado mundo de sus obsesiones: los espejos, el puñal, la espada, el tiempo, el espacio y la memoria. En él el culto al coraje doblega al culto del amor, o tal vez deba decir que para Borges el amor es también un acto de arrojo, quizá porque en ambos hay que vencer el miedo; en el primer caso el de la muerte y en el segundo al olvido, que también es una variante del rechazo. Hecho este último que ha sido una constante en su vida sentimental y que sólo pudo realizarse cuando los vapores de la vejez y la enfermedad dispusieron se entregara a un amor más literario que carnal.
Ya sea por estilo o por genio su prosa se edifica como un complicado rompecabezas donde cada palabra tiene su lugar y sólo uno. La precisión de su narrativa, la copiosa ilustración del concepto encerrado en la palabra hace de su literatura un canto a la riqueza del idioma castellano, al que fija y da esplendor, allí cada cosa conserva la autenticidad de su significado y su significante y lleva implícita la intención, el tono y el origen con que tal nombre se lee, se pronuncia o se dice. Maestro de la metáfora es al mismo tiempo, en su erótica relación con el lenguaje, un exquisito seductor que en su sortilegio de voces y mesura desnuda al idioma castellano para hacerlo relucir en toda su escueta elegancia, trémula de sencillez y hermosura; como el desnudo de una muchacha en flor que se sumerge lentamente, en primavera, en el río de una comarca agreste, perdida en el laberinto de algún mundo extraño arrancado desde el fondo de su honda biblioteca ciega.
El Aleph fue publicado en 1949, es un libro que contiene diecisiete cuentos de diversa índole y diferente estructura, donde personalmente destaco El inmortal, Emma Zunz, La casa de Asterión, El Zahir, La escritura de Dios, El hombre en el umbral y El Aleph. Este último comienza con dos epígrafes que fundamentan, bajo la engañosa superficie de la narración, las honduras del meollo fundamental del cuento: "¡OH Dios! Yo puedo estar meciéndome en una cáscara de nuez y aún sentirme un Rey del espacio infinito" Hamlet, II, 2 el otro es una cita del Leviatán de T. Hobbes: "Pero ellos continuarán enseñándonos que la Eternidad es la permanencia continua del tiempo actual, un Nunc Stans (como los eruditos le llaman); y que ni ellos ni ningún otro entiende; no más que al Hic-stans de un grandioso lugar infinito".
Conviene detenernos en estas dos declaraciones o pistas para entrar mejor armado en el laberinto de este relato que como en los grandes cuentos tiene dos narraciones simultáneas, una superficial y otra profunda que se intercomunican en la relación psicológica de los dos protagonistas. La primera cita no requiere de mayor esfuerzo, la realidad subjetiva persiste -aún en el ámbito borgesiano de un sentimiento oceánico y narcisista de grandeza- aunque se permanezca asido a otra realidad objetiva que se juzga pequeña o intrascendente. La segunda requiere de un esfuerzo mayor, el nunc-stans de Hobbes significa el presente, el tiempo infinito, es decir la eternidad, donde el antes y el después no han llegado. El hic-stans es un lugar preciso, un punto del infinito. Borges vuelve una y otra vez sobre el tema de la eternidad de lo eterno y del lugar particular donde el infinito se percibe. Como ya lo mencionamos, Borges va más allá del epígrafe y adscribe al concepto moderno del tiempo einsteniano, donde espacio y tiempo coexisten en un universo multidimensional sometido al movimiento perpetuo y a las fuerzas o energías que lo determinan.
La acción transcurre desde 1929, año del fallecimiento de Beatriz Viterbo, (¿Estela Canto?), el amor literario (y real) no correspondido del narrador protagonista, continúa hasta 1943 y se desarrolla en Constitución, un barrio de clase media de Buenos Aires, en una casa de la calle Garay a donde acude cada treinta de abril, fecha del cumpleaños de la fallecida prima de Carlos Argentino Daneri, dueño de la casa, a quien el narrador describe con pinceladas burlonas "?Es rosado, considerable, canoso, de rasgos finos"?y contraviniendo el principio de Hobbes, sentencia: "Es autoritario pero también ineficaz" Para el narrador, Carlos Argentino es el paradigma de los escritores mediocres y de mal gusto, que no reparan en favores para trepar al olimpo de la fama literaria. Una crítica dura a la personalidad de algunos ambiciosos sin recursos que en el arte y en la literatura en especial, logran ser laureados injustamente. También es una crítica a toda la mala literatura de esa época. Durante una de aquellas charlas sostenidas al amparo de la sombra y el recuerdo de Beatriz, su amor muerto, donde el poetastro se explaya con grandilocuencia sobre las características del hombre moderno, el autor describe: "Tan pomposa y tan vasta fue su exposición, que inmediatamente la relacioné con la literatura".
En los años en que Borges compuso el cuento, Neruda vive exiliado en Buenos Aires. Al parecer al principio no hubo química entre ellos (Neruda confesó que no podía haberla porque mientras él era un anarquista literato de izquierda Borges lo era de la derecha; sólo con el paso de los años y en sus cartas, escasas, pues la mayoría se han extraviado, se tratan con respeto y admiración mutua) algunos críticos de notable audacia (Harold Bloom), encuentran que en los sarcásticos comentarios al poema La Tierra de Carlos Argentino en un proyecto titulado: "Canto Augural, Canto Prologal o simplemente Canto Prólogo" Borges en realidad se refiere al célebre Canto General del gran poeta chileno. Yo creo firmemente que se burla de algunos escritores argentinos, en particular del grupo Boedo. Otra vez hace uso de la ironía diciendo que tal poema trataba "de la descripción del planeta, en la que no faltaban, por cierto, la pintoresca digresión y el gallardo apóstrofe". Cuando el narrador termina de escuchar un pasaje leído y comentado por Carlos Argentino, hace un sucinto análisis lapidario de la utilitaria relación del mal poeta con su poesía: "Comprendí que el trabajo del poeta no estaba en la poesía; estaba en la invención de razones para que la poesía fuera admirable" y la compara con la epopeya británica de Michael Drayton, el Polyolbion, que trata también de una exhaustiva historia militar, monástica y geográfica de Gran Bretaña. Demás está decir que dos páginas de El Aleph se dedican a denunciar la manía, el empeño en el uso y abuso de las metáforas y hace un jocoso desarrollo de algunas malas ocurrencias de Daneri.
Por fin el narrador recibe una llamada de Carlos Argentino, cree que es para prologarle el libro, pero en otra fina ironía, esta vez aplicada a su propio ego, el de los literatos. Carlos Argentino Daneri en cambio le pide que le solicite el prólogo a un tercero, a Álvaro Melián Lafinur, a quien considera con mayores méritos y relega al narrador a ser un simple contacto y tal vez, si éste se esmera, pudiera ser el presentador de la obra en el Club de Escritores. El narrador asiente por compromiso porque en el mismo instante decide, con cinismo, no hacerlo. Es un párrafo que revela la psicología individualista, egocéntrica y celosa de los escritores en general, donde cada quien cree con soberbia en la superioridad de su arte. Rasgos que no dejan de suceder en cualquier tiempo y lugar.
Luego de un tiempo sin contacto entre ellos, recibe una llamada del poetastro, pero esta vez para notificarle que estaban a punto de derrumbar la casa de la calle Garay y que tenía que impedirlo, porque para terminar su poema necesitaba consultar, en un ángulo del sótano de la casa, al Aleph, un punto de todo el espacio del universo que contiene todos los puntos (es decir: el nunc y el hic stans) y que Daneri había descubierto en la niñez al caer por la escalera. Situación accidental que en la narración da verosimilitud pero también cierta vaguedad sobre el hallazgo.
El narrador le pide ver el Aleph, Daneri se lo concede y le da las instrucciones. El narrador logra ver este punto de dos o tres centímetros de diámetro, en un ángulo de la escalera ubicado en el escalón decimonoveno. A partir de aquí el Aleph se transforma en un símbolo carismático que regirá la relación de ambos protagonistas del cuento, de Borges y de Daneri. El narrador sospecha que Carlos Argentino es un loco y eso le produce un gran placer, pues justifica la realidad de una relación donde ambos, a pesar de las apariencias, se detestan.
Es contemplando el retrato de Beatriz Viterbo donde el narrador revela que es Borges. Hecho sustancial para interpretar lo que éste observa en el Aleph y lo que representa en la narración. Esa misma perplejidad que el escritor acepta como el desafío mayor, dado que las palabras son símbolos secuenciales de letras, según un orden comprensible, aceptado por el lector. Para tratar de explicar lo que vieron sus ojos: "?el infinito que su memoria apenas abarca" trata de representarlo con un emblema: "no en vano rememoro estas analogías, alguna relación tienen con el Aleph". Pero si bien lo que vio fue simultáneo, aclara que lo que escribirá "será sucesivo porque el lenguaje lo es". Borges ve todo desde su propia memoria, allí está todo lo que vio, leyó, sintió, entendió o pensó, ve su universo como en los sueños, sin espacio ni tiempo: omnipresente y simultáneo. El Aleph es, en realidad, el interior de Borges, un Borges no secuencial, sino interconectado instantáneamente con todo lo vivido, es el nunc y el hic-stans de su propia historia. Pero allí vio algo más, vio también cartas obscenas de Beatriz Viterbo dirigidas a su primo Carlos Argentino. Tal vez este sea, no una visión, sino un descubrimiento, el único, que no abarca su memoria, pero que no escapa de su inconsciente: el desengaño. Todo lo que Borges llama el universo, no es nada más ni nada menos que el propio Borges, es por eso que al término de la visión siente veneración y lástima. ¿Qué otra cosa pueden depararnos los recuerdos y el futuro de nuestra vida?
Borges confiesa que allí concibe su venganza. Le sugiere a Carlos Argentino alejarse de la casa y que se vaya al campo, que abandone el Aleph y con él la culminación de su poema. Seis meses después de la demolición de la casa de la calle Garay, Carlos Argentino gana el segundo Premio Nacional de Literatura mientras que la obra del narrador, la de Borges, no obtuvo ningún voto y exclama con una especie irónica hacia su propia sorna: ¡Una vez más triunfaron la incomprensión y la envidia! Finalmente hace toda una aclaración sobre el nombre del Aleph, desde la forma de la letra hebrea hasta el Mengenlehere, que en realidad trata sobre el intuicionismo matemático, donde el todo no es mayor que alguna de sus partes. Tal cual lo estableciera Chuang Tzu en su interpretación del Tao doscientos años antes de nuestra era.
Pocas semanas después de la visión el Aleph comienza a borrarse de la memoria de Borges, y como sucede con todo lo que se convierte en una experiencia suprasensorial, éste comienza a dudar de su existencia y sospecha que aquel era un falso Aleph y da una serie de razones extraídas de la literatura universal, las que han elaborado también sobre el mismo tema, el talismán del conocimiento humano que intenta vanamente entender el universo y termina describiéndolo como una proyección íntima de su mundo interior del que sólo queda una cosa: el olvido. Otra de las obsesiones mayores de Jorge Luis Borges.
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