Sobre todo
Boston y la olla de presión
El ruido ensordecedor de un estallido alteró la calma en Boston y dibujó sobre el cielo de la calle Boyler, una nube gris. Hombres y mujeres que
- - Publicado: 20/4/2013 - 08:21 pm
El ruido ensordecedor de un estallido alteró la calma en Boston y dibujó sobre el cielo de la calle Boyler, una nube gris. Hombres y mujeres que minutos antes corrían por la gloria, ahora lo hacían para salvar sus vidas. El caos había llegado de nuevo y la gente volvía a ser presa del miedo. Al poco tiempo se supo el saldo de la tragedia: Tres vidas malogradas, entre ellas la de Martin Richard, de 8 años, y más de un centenar y medio de heridos.
Los autores de este crimen escogieron el día y el momento perfectos. La ciudad estaba de fiesta y había visitantes de muchas partes que llegaron para competir en la ya centenaria maratón que ese fatídico 15 de abril cumplía su edición 117.
Una vez más se probó lo vulnerable que es la sociedad, frente a las maquinaciones de seres que conviven entre nosotros como gente “normal”, pero no nos muestran el verdadero monstruo que llevan por dentro ni, muchos menos, logramos advertir sus resentimientos.
Y no se trata de un problema exclusivo de los Estados Unidos, de Europa o de alguna región de África. La violencia es universal. Se puede ver a pequeña escala en nuestra región, en nuestro país, en nuestras ciudades y ahora, hasta en nuestros barrios.
Son igualmente criminales los hermanos Dzhokhar Tsarnaev, capturado al caer la noche del viernes, y Tamerlan Tsarnaev, que cayó abatido más temprano, quienes sembraron esa olla de presión en la ruta de la maratón para cocinar la tragedia, como aquella madre en Chepo que hace días intentó asfixiar a su hijo de tres meses, o como aquel o aquellos desalmados que esta semana acabaron con la vida de una joven que, irónicamente, se estaba formando para mejorarle la existencia y darles una mejor calidad de vida a otros.
Son episodios que se repiten con frecuencia. En Boston, en Río de Janeiro, en Colombia, en Sicilia, en Holanda, en París, en Honduras, en Tocumen, en Chiriquí, en Antón, en la esquina, en el umbral de un minisúper, en fin, donde sea. La violencia y la sinrazón no tienen patria ni hábitat. Solo llega con su manto de luto y no hay adarga que la contenga. Pero no podemos salir corriendo, tenemos que seguir fomentando la paz, aunque a veces den ganas de rendirse porque todos sentimos que nos están cocinando en la misma olla de presión.
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