Cantus Interruptus
Artistas, seudoartistas y muralismo en Panamá
En Panamá proliferan los seudoartistas, nacen músicos, pintores y poetas de debajo de las piedras cada día.
Es delicado hacer un comentario sobre la pintura mural en medio de la contienda que se da en Panamá en estos días. En la efervescencia de la disputa, una opinión que esté en desacuerdo con una parte, les sugerirá a los ofuscados que se está de acuerdo con el adversario. Siempre estaré del lado del artista profesional, del que aprendió su oficio en el estudio de las obras relevantes de su disciplina y entiende lo que quiere representar, innovar o transgredir por medio del arte y no del frenesí. La música, la pintura y la literatura son profesiones que llevan mucho tiempo aprenderlas, no se improvisan tocando en una guitarra tres acordes o añadiendo ripios sobre patrones rítmicos recurrentes (hip hop), ni poniendo colores en una brocha sin tener el entrenamiento para mezclarlos, el entendimiento de la luz y la sombra, o el conocimiento de la anatomía artística; si se pretende un arte figurativo.
En Panamá proliferan los seudoartistas, nacen músicos, pintores y poetas de debajo de las piedras cada día, sin otro bagaje artístico que el de la autoproclamación. Debe ser el país con más artistas de América Latina. Si los promotores culturales van a apoyar un arte burdo y sin fundamento estético, solo por la complacencia con afinidades ideológicas o políticas, tendrán oposición. La tendrán en el profesional que cursó ocho o nueve años en un conservatorio de música, en el pintor que después de cinco años de estudios académicos en el país, salió al extranjero para seguir puliéndose y en el intelectual que leyó toda la literatura importante, aunque nunca haya pisado una universidad; como fue el caso de Roberto Bolaño.
Cuando el visionario y polémico secretario de Educación Pública de México, José Vasconcelos, quiso que se contara la historia en las paredes de su país, buscó a Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y a José Clemente Orozco, lo más granado de las artes plásticas mexicanas. Ni por un momento se le ocurrió congregar al pueblo y decirle: pinta, que todo el que embarra una brocha con pintura es pintor. No insistamos en ignorar que para aprender una disciplina artística se necesita tiempo y mucha dedicación. Yo quisiera ver un mural inmenso que recuerde la labor del padre Héctor Gallego, que indague con ilustraciones su desaparición y que pinte los rostros de los gobernantes de la época rindiéndoles cuentas a los desafortunados campesinos de Santa Fe de Veraguas, que todavía no entienden tanta crueldad y siguen en la pobreza. Que se pinten murales, que se pinte la historia, toda la historia, pero que la pinten los mejores artistas plásticos del país.
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