Derek Redmond, un rostro que representa 'el no te rindas'
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El deporte deja postales para toda la vida, del 24 de julio al 9 de agosto del 2020 Tokio abraza los Juegos Olímpicos y de seguro la cita tendrá hechos que serán inolvidables, como ocurrió en Barcelona 1992, cuando a pesar del dolor y la decepción reflejados en su rostro, Redmond cumplió su objetivo.
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Derek Redmond, en compañía de su padre Jim, termina la carrera de los 400 metros. EFE
El álbum de imágenes olímpicas mezcla al azar momentos de gloria, decepción y dolor que forman parte de la historia del deporte. Pero todos tienen un denominador común, la intensidad emocional de personas que en segundos alcanzan la gloria o se hunden, muchas veces entre sonrisas y lágrimas.
La lista de nombres que lo protagonizan puede ser demasiado larga y todos tienen su propio hueco, pero el de Derek Redmond quizá sea uno de los más amplios por lo que vivió sobre la pista de Barcelona, por cómo reaccionó el propio atleta y cómo lo hicieron su padre y el público en el estadio olímpico.
La lesión que en plena semifinal de los 400 metros le hizo tirarse al suelo y levantarse después, lleno de coraje, para llegar a la línea de meta y cruzarla apoyado en su padre, que saltó desde la grada para ayudarle, son el verdadero símbolo del lema "nunca te rindas" y parte de la biografía de un deportista que lo cumplió a la perfección.
El británico Derek Redmond llegó a Barcelona con el cartel de favorito al oro en los 400 metros, en pleno auge de su carrera y tras una durísima preparación en la que ya había encajado grandes decepciones.
Entre ellas la que le impidió competir en los Juegos de Seúl 88 por culpa de otra lesión, que le obligó a retirarse cuando estaba calentando.
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1988
no pudo competir en los Juegos de Seúl por una lesión.
5
veces fueron las que tuvo que pasar por el quirófano.
1992
eran los juegos de Barcelona cuando se lesionó.
2
deportes, el rugby y el baloncesto, fueron los otros en los que incursionó.
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En vísperas de la cita coreana Redmond, con 19 años, ilusionó en su país con el récord nacional de la distancia mientras enfocaba a Seúl en una forma ilusionante tras lograr por duplicado el título de relevos 4×400 en el Europeo de 1986 y en los Juegos de la Commonwealth y al año siguiente la medalla de plata.
Apenas a un mes de aquellos Juegos, su tendón de Aquiles empezó a causarle dolores, que le obligaron a dejar de entrenar con la confianza de que el descanso sería suficiente. Pero no fue así y en los meses posteriores tuvo que pasar por el quirófano.
Las intervenciones no cortaron su carrera, solo la frenaron. Y en su reanudación, Redmond recuperó su forma hasta coronarse campeón con el relevo de su país en los Mundiales de Tokio en 1991, cartel que le daba un nuevo impulso hacia Barcelona, donde su padre, como hacía siempre, volvería a estar cerca de él.
Del infierno al cielo
Y en Barcelona ocurrió todo. Fue el 3 de agosto de 1992, en la pista del estadio olímpico de Montjuic, con el dorsal 749 sobre su camiseta blanca y su pantalón azul. Salió bien tras el pistoletazo inicial y se ubicó en carrera dispuesto a cumplir el trámite de las semifinales.
Pero al destino le gusta jugar, no siempre de forma limpia, y de nuevo quiso hacerlo con Redmond y probar su fortaleza, aunque se ensañó. A menos de doscientos metros de la meta, un intenso dolor en la corva derecha le obligó a tirarse sobre la pista, donde, mientras sus rivales le sobrepasaban, acudió el personal de apoyo para atenderle.
Con el oro perdido, Redmon rechazó la atención y se empeñó en levantarse para continuar hacia la meta. Ese era su objetivo y lo dijo, cruzar la línea y acabar una carrera que por segunda y última vez le daba la espalda.
Lección de coraje
Con dificultad se puso en pie y empezó a dar unos primeros pasos en solitario hasta que alguien irrumpió en la pista para ponerse a su lado y servirle de apoyo, mientras la seguridad intentaba apartarlo.
Aquel hombre, que nadie sabe cómo logró llegar hasta allí desde la grada, era su padre, Jim Redmond, que trató de convencer a su hijo para que parara.
Las lágrimas de ambos y el abrazo en el que se fundieron prorrogaron el largo y tortuoso camino de Derek Redmond hacia una meta que cruzó con el estadio en pie dedicando una intensa ovación a alguien que desde entones es un símbolo.
La imagen, eterna en el mundo del deporte, representa la máxima de "nunca te rindas", algo que Redmond no hizo jamás, ni siquiera cuando los médicos le descartaron como deportista de alto nivel.
Él, tozudo, se empeñó en llevarles la contraria. El baloncesto, en el que llegó a ser internacional con Gran Bretaña, y el rugby, en el que se acercó a la selección de su país, pero no llegó a entrar, fueron los otros deportes a los que se pudo dedicar antes de pensar en compartir sus vivencias.
Vivencias con las que podría ayudar a otras personas, como hace habitualmente con las que se reúnen para escuchar las charlas de motivación que ofrece con asiduidad, mientras invierte como coopropietario de un equipo de motociclismo y su frustrada carrera en Barcelona 92 es de los videos más visionados en la red.
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