Victorio Vergara Batista
Publicado 1998/07/21 23:00:00
Con la espontaneidad del sentimiento y el dolor sinceros, el pueblo panameño colmó ayer los alrededores y la Iglesia del Carmen, para rendir postrer homenaje a su máximo trovador recién fallecido tras el masivo derrame cerebral que sufriera la noche del pasado viernes.
La tristeza embarga al país en todos sus confines, mientras su natal Las Tablas lo aguarda ansiosa para despedirlo, y la Interamericana se prepara para la mayor caravana de todos los tiempos. Las autoridades santeñas sugieren reservar su nombre para algún gran evento de música típica. Otros pensamos en una estatua enorme y digna, acordeón en mano, frente al Canajagua.
El sentimiento de vacío que cubre a la nación sólo es comparable al padecido en Argentina y México tras la desaparición de Carlos Gardel y Jorge Negrete, quienes partieron, como Victorio, repentinamente, en el apogeo de su carrera, y que triunfaron sobre la pobreza con sus canciones.
Vergara había nacido en 1944 en el pueblito de La Candelaria, Las Tablas, en el seno de un hogar humilde. Su padre era músico y sus dos hermanos también. Pero ninguno descolló como Victorio. Compartían una modesta casa de quincha, pero eran orgullosos y trabajadores.
A los cuatro años ejecutaba el acordeón con maestría; pero tuvo que aguardar hasta los quince para hacer su estreno en el jardín Royal Gin de Las Tablas, alternando con uno de sus ídolos, Dorindo Cárdenas. Las décadas de los 60 y 70 fue dura pero ascendente. No fue fácil abrirse paso entre los monstruos de la época, que incluía a Osvaldo Ayala, Yín Carrizo, Alfredo Escudero y el propio Dorindo, sin excluir a Alfredo Gutierrez que desde Colombia, incursionaba.
Pero su genio lo hizo desarrollar un singular estilo que lo catapultó a la cima. Ya a mediados de los 70 era líder indiscutible, teniendo a Azuero como su bastión. El tiempo apenas le alcanzaba para incursionar en otras provincias. Se sentía a gusto y seguro en sus dominios, donde nadie podía desafiarlo.
Nacieron así, cual títulos nobiliarios, los apodos del "Mandamás" y "El Tigre de la Candelaria". Debía su éxito a la calidad de sus músicos y sus vocalistas, que escogía cuidadosamente, además de su gusto excelente en la selección de canciones, cada una un éxito, a las sacaba provecho inigualable.
En los años 80 cimentó su fortuna, gracias a un ritmo de trabajo brutal y escasas horas de descanso, que espaciaba durante el día a cuentagotas. Amaba a sus hijos y a su familia. Mas su mundo fue siempre su música y su público.
En los 90, cayó con su acordeón como un torbellino, enseñoreándose de la capital y el resto del país. Músicos extranjeros cantaban sus canciones. Y las exigencias de su trabajo se multiplicaron. Las paredes y muebles de su casa en Santo Domingo, de Las Tablas, ya no daban para más trofeos y discos de oro. Ningún nacional acumuló jamás tantos honores y aplausos.
Victorio Vergara no ha muerto. Santa Librada, la santa patrona tableña a la que dedicara su última grabación, le ha reservado un lugar entre los inmortales, en el que gozará de vida eterna.
La tristeza embarga al país en todos sus confines, mientras su natal Las Tablas lo aguarda ansiosa para despedirlo, y la Interamericana se prepara para la mayor caravana de todos los tiempos. Las autoridades santeñas sugieren reservar su nombre para algún gran evento de música típica. Otros pensamos en una estatua enorme y digna, acordeón en mano, frente al Canajagua.
El sentimiento de vacío que cubre a la nación sólo es comparable al padecido en Argentina y México tras la desaparición de Carlos Gardel y Jorge Negrete, quienes partieron, como Victorio, repentinamente, en el apogeo de su carrera, y que triunfaron sobre la pobreza con sus canciones.
Vergara había nacido en 1944 en el pueblito de La Candelaria, Las Tablas, en el seno de un hogar humilde. Su padre era músico y sus dos hermanos también. Pero ninguno descolló como Victorio. Compartían una modesta casa de quincha, pero eran orgullosos y trabajadores.
A los cuatro años ejecutaba el acordeón con maestría; pero tuvo que aguardar hasta los quince para hacer su estreno en el jardín Royal Gin de Las Tablas, alternando con uno de sus ídolos, Dorindo Cárdenas. Las décadas de los 60 y 70 fue dura pero ascendente. No fue fácil abrirse paso entre los monstruos de la época, que incluía a Osvaldo Ayala, Yín Carrizo, Alfredo Escudero y el propio Dorindo, sin excluir a Alfredo Gutierrez que desde Colombia, incursionaba.
Pero su genio lo hizo desarrollar un singular estilo que lo catapultó a la cima. Ya a mediados de los 70 era líder indiscutible, teniendo a Azuero como su bastión. El tiempo apenas le alcanzaba para incursionar en otras provincias. Se sentía a gusto y seguro en sus dominios, donde nadie podía desafiarlo.
Nacieron así, cual títulos nobiliarios, los apodos del "Mandamás" y "El Tigre de la Candelaria". Debía su éxito a la calidad de sus músicos y sus vocalistas, que escogía cuidadosamente, además de su gusto excelente en la selección de canciones, cada una un éxito, a las sacaba provecho inigualable.
En los años 80 cimentó su fortuna, gracias a un ritmo de trabajo brutal y escasas horas de descanso, que espaciaba durante el día a cuentagotas. Amaba a sus hijos y a su familia. Mas su mundo fue siempre su música y su público.
En los 90, cayó con su acordeón como un torbellino, enseñoreándose de la capital y el resto del país. Músicos extranjeros cantaban sus canciones. Y las exigencias de su trabajo se multiplicaron. Las paredes y muebles de su casa en Santo Domingo, de Las Tablas, ya no daban para más trofeos y discos de oro. Ningún nacional acumuló jamás tantos honores y aplausos.
Victorio Vergara no ha muerto. Santa Librada, la santa patrona tableña a la que dedicara su última grabación, le ha reservado un lugar entre los inmortales, en el que gozará de vida eterna.
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