Panamá, cambio climático, huracanes, muerte y destrucción
Se impone una nueva civilización en la que los seres humanos entendamos la necesidad de un metabolismo sostenible con el resto de la naturaleza, en un contexto de democracia profunda, justicia social y solidaridad intergeneracional.
Efectos del huracán Iota en el sector turístico de Cartagena, Colombia. La probabilidad de ocurrencia de huracanes de precipitación extrema, ya no es de uno cada 100 años, sino de uno cada 16 años. Foto: EFE
Si alguna vez los panameños y panameñas pensamos que nuestro país estaba fuera del alcance de la furia de los huracanes, simplemente nos equivocamos.
Así lo demuestra la ola de destrucción que nos dejó el huracán Eta, que ha significado la muerte de 20 personas (al momento de escribir este artículo), el daño a un elevado número de viviendas, así como la afectación directa a más de 3,500 personas. A esto se debe agregar la ingente pérdida que sufrieron los productores agropecuarios, que llevó a una seria disrupción de las cadenas alimenticias.
Con el fin de establecer políticas de protección adecuadas, se debe tener en cuenta que un número creciente de publicaciones científicas está llamando la atención sobre la creciente intensidad de los huracanes.
Es así, para dar un ejemplo, que un informe publicado por la Union of Concerned Scientist, que fue actualizado en junio del año pasado, advertía que aun cuando en el futuro no se observe un mayor número de huracanes, lo cierto es que "probablemente habrá huracanes de mayor intensidad con vientos de mayor velocidad y más precipitaciones".
En este informe se detalla que la probabilidad de ocurrencia de huracanes de precipitación extrema, tal como el huracán Harvey que impactó a Texas en el 2017, ya no es de uno cada 100 años, sino de uno cada 16 años.
Algunos científicos no solo están convencidos de que los huracanes serán cada vez más intensos, también vaticinan que estos tendrán mayor duración en el tiempo. Kerry Emanuel, quien labora como investigador en el Instituto Tecnológico de Massachusetts, concluyó, luego de estudiar 500 tormentas en el Atlántico y 800 en el Pacífico, entre 1959 y el 2004, que estos fenómenos no solo tienen cada vez más intensidad, sino que, además, duran más tiempo.
Lo cierto es que existe una firme evidencia de que la creciente fuerza destructiva de los huracanes está íntimamente vinculada con el calentamiento global por varias vías. La primera es el calentamiento del mar, el cual, como hemos señalado en otro artículo, ha absorbido el 93.0% del incremento del inventario de la energía del planeta entre 1971 y el 2010.
A esto se debe sumar que el aire caliente contiene más humedad que cuando el mismo está más frío, por lo que el calentamiento global por esta vía también favorece la intensidad de los huracanes y sus precipitaciones.
VEA TAMBIÉN: Marco jurídico: emergencias y desastres naturales
Por otra parte, está el hecho que el calentamiento global también genera una expansión térmica de los océanos, elevando el nivel costero del mar. Esto significa, de acuerdo con el informe de la Union of Concerned Scientist, que la marejada ciclónica resultante llega a un nivel marino costero más alto, penetrando en tierra bien adentro en áreas bajas, añadiendo que el riesgo será mayor cuando las tormentas toquen tierra durante las mareas altas.
La alta concentración de la población humana en áreas costeras hace que este tipo de fenómeno provoque un enorme costo humano.
En Panamá, los factores climáticos que elevan la intensidad de las precipitaciones adquieren un mayor impacto destructivo gracias a una política que ha permitido la creciente desforestación de nuestro territorio.
Este proceso ha significado que entre 1940 y la actualidad el país perdió el 60.0% de su cobertura boscosa. A esto se debe agregar la necesidad de investigar el papel de las descargas de agua de las hidroeléctricas en el reciente desastre.
VEA TAMBIÉN: Pornografía infantil debe ser golpeada con el puño cerrado del Estado
Es urgente superar el actual modelo socioeconómico que, con una clara inclinación suicida, sigue elevando la concentración atmosférica de gases invernadero. Se impone una nueva civilización en la que los seres humanos entendamos la necesidad de un metabolismo sostenible con el resto de la naturaleza, en un contexto de democracia profunda, justicia social y solidaridad intergeneracional.
Economista.