Entre grandes mentiras y grandes verdades
Vivimos, diariamente, dentro de un sistema de pirámide invertida, porque los que creen que están arriba, seguros en la cúspide de las satisfacciones digestivas.

Entre grandes mentiras y grandes verdades
A veces, nuestro sector empresarial se quiere equiparar al de otras naciones que sí están en desarrollo; pero guardan celosamente los secretos que, de ser conocidos por sus pares internacionales, los terminarían escandalizando y hasta, posiblemente, matando los negocios.
No les dicen, por ejemplo, que los trabajadores de sus empresas se tienen que levantar, a veces, desde las 4:00 a.m., para llegar hasta sus sitios de trabajo; lo les dicen que, a escasos kilómetros de uno de los principales centros de negocios de Latinoamérica, no hay agua potable, y que muchos obtienen parte de su líquido vital de las quebradas vecinas de los barrios, aunque viven en un área urbana; no les dicen que, en un país supuestamente próspero, que figura entre las estadísticas mundiales como pionero en la logística, los menesterosos de las calles hurtan los cables eléctricos para fundirles, que pequeños ladronzuelos de barrio se roban los tanques de gas de las casas, que cientos de miles de personas no cuentan todavía con un servicio eléctrico adecuado, que hay 600 mil personas por debajo del umbral de la pobreza, que, en este país de las grandes vidrieras y de los costosos escaparates, todavía los perros domésticos andan en soltura por las calles, como en cualquier villorrio de África meridional, que la basura es parte del paisaje tropical, que las alcantarillas se desbordan y causan mil estragos en los tiempos del invierno.
En fin, esas son simplemente realidades que tenemos que enfrentar y que, por más maquillaje que le pongan los sectores comerciales que aspiran hacia la internacionalización de Panamá, terminan aflorando tarde que temprano, haciendo que el inversionista extranjero se sienta, muchas veces, engañado. Primero debemos tratar con estas crudas realidades, enfrentarlas y tratarlas, no vendarlas por encima, como siempre se procura hacer. No somos una nación que enfila pasos hacia el desarrollo, por más que los indicadores económicos nos demuestren lo contrario.
Vivimos, diariamente, dentro de un sistema de pirámide invertida, porque los que creen que están arriba, seguros en la cúspide de las satisfacciones digestivas, terminarán pagando el precio de desatender las realidades sociales que, al final, terminan colapsando duramente sobre ellos. Quienes no conozcan sus realidades no pueden pretender cambiarlas.
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