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Una crisis para repensarnos

En la sociedad pospandemia, el desarrollo humano y sostenible debe tomar importancia, centrado en la gente y la vida... implica redefinir nuestras formas de existir en sociedad; estableciendo prioridades para una vida digna y de bienestar social.

Juvenal Eduardo Torres Dominguez - Publicado:

El respeto a todas las formas de vida implica reconocer que somos parte de la naturaleza y que toda actividad humana, que busque ser sostenible, debe ser armónica con el medioambiente. Foto: EFE.

 

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En estos tiempos en que llegamos a la cima del desarrollo científico-técnico sin precedentes en la humanidad, nos maravillamos con la comunicación de alcance global.

Los avances en tanto informática y cibernética, los prodigios de la tecnología digital, la idea de futuro con base en los avances científicos; nos hacía pensar en un devenir, como sociedad, que cada vez mejoraría la calidad de vida y nos alejaría de las calamidades de la enfermedad y la muerte.

Aquella épica moderna del ser humano dominando mediante la racionalidad y la tecnología a la naturaleza como acción para el progreso, al igual que el antropocentrismo, se desmorona frente a nosotros.

Los humanos somos tan vulnerables ante los designios de la naturaleza como cualquier otra especie.

Esto se materializa con la COVID-19, la cual hoy se agrava como problema de salud pública y que ha develado, en nuestros países subdesarrollados, las deficiencias de los servicios públicos de salud y las precarias capacidades institucionales, para garantizar durante la cuarentena los insumos básicos de subsistencia a la población.

De modo semejante, en nuestro caso, la lánguida inclusión al desarrollo de los grupos socioeconómicamente vulnerables y la postergada descentralización, empeora la situación para estos grupos y territorios que con sus particularidades se enfrentan a problemas sociales ya existentes, agudizados por la pandemia, en una sociedad cimentada sobre la desigualdad histórico-estructural y las diferencias territoriales, dificultando la garantía de servicios básicos de calidad y derechos sociales a estos grupos.

Lo antes enunciado es consecuencia, en parte, de décadas de una intermitente política de Estado que debiese estar enfocada en el desarrollo humano, social e institucional, además del distanciamiento progresivo de una visión institucional de salud pública y preventiva, con enfoque comunitario, como lo señalado por el Dr. José Renán Esquivel: "Las enfermedades no están en los hospitales, están en la comunidad".

Objetivamente, tenemos que recordar las desigualdades en niveles de desarrollo del Norte con respecto al Sur global.

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El virus sobrepasó en varios países desarrollados las capacidades institucionales y los servicios públicos de salud, al grado que algunos solicitaron ayuda humanitaria a otros países y organismos internacionales.

Siendo así, ¿qué se podría esperar de nuestros países, con crónicos problemas sociales, desigualdades y fragilidad institucional?

Es claro, ningún gobierno de la aldea global estaba preparado para la situación que nos aqueja, tomando desprevenidos tanto a gobernantes como gobernados; recayendo sobre los comprometidos funcionarios y técnicos de salud la primera línea contra la COVID-19.

Sin ánimos de cuestionamientos, reconocer e identificar nuestros desaciertos, partiendo del hecho de que los mismos son aprendizajes colectivos, y que a todos, en una sociedad democrática, nos corresponde una tarea ciudadana, como la participación en los procesos de consulta y consenso que permitan reconectar a la institucionalidad, con las más profundas aspiraciones de desarrollo de la gente y el fortalecimiento de la democracia; es imperante para redefinir la forma tradicional de estructurar planes y programas dirigidos a generar las condiciones para el bienestar social y un desarrollo sostenible.

Cambiar la forma de concebir el desarrollo y el bienestar como sociedad –hoy– no es una opción; es una necesidad imperativa frente a preservar lo más valioso, la vida.

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La forma en la cual nos relacionamos con los demás y el medioambiente debiese impulsar nuevas formas de entendernos a partir del otro y los otros, y que como sujetos no estamos disociados de lo que acontezca en nuestro entorno.

O sea, si los otros tienen condiciones materiales de salubridad y vida digna se mejora no solo la situación del otro, sino también la de nosotros y la sociedad en su conjunto.

Igualmente, el respeto a todas las formas de vida implica reconocer que somos parte de la naturaleza, que toda actividad humana que busque ser sostenible debe ser armónica con el medioambiente.

Replantear una estrategia de desarrollo desde los gobiernos locales y la comunidad, como también, la estructuración de las acciones institucionales desde las necesidades de las poblaciones locales, con una visión centrada en los objetivos para el desarrollo sostenible abre una ventana para cambiar nuestra forma de desarrollo.

En la sociedad pospandemia, el desarrollo humano y sostenible debe tomar importancia, centrado en la gente y la vida.

Internalizar dicha visión, como ciudadanos, implica redefinir nuestras formas de existir en sociedad; estableciendo prioridades para una vida digna y de bienestar social.

¡Repensarnos es un camino que como sociedad debemos afrontar!

Sociólogo.

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