Tierra (com)batida
El ignorar lo sucedido nos condena a repetirlo. Debemos estar agradecidos por vivir en el periodo de paz más estable que la humanidad ha vivido gracias, en gran parte, a las acciones de guerra del pasado.

De la historia, de las batallas, de las incursiones, del pasado, deberíamos aprender, de los errores y aciertos, de los éxitos y fracasos. Foto: Freepik.
La historia humana está escrita con la sangre de los pueblos derrotados. Fueron esas batallas. Las derrotas. Las victorias. Cada milímetro de sedimento ha sido el trofeo de una civilización sobre otra. Poco se habría logrado sin las conquistas de nuestro pasado. Las enseñanzas, descubrimientos, los avances, los colapsos y auges, los imperios que se desvanecen y los que surgen; todo es parte de la larga línea que ha creado el presente, somos reflejo de lo que fuimos. La inalterable historia del mundo no cambia por más que se trate de ocultarla.
Ahora se intenta censurar, olvidar y transformar la crónica de los tiempos pasados. Según los quejumbrosos, el mundo occidental debería arrepentirse de lo que fue. No quieren oír nada de la historia que marque o engrandezca a la cultura ganadora, a menos que sea del reducido grupo de civilizaciones elegidas por ser políticamente correctas; creen que debería erradicarse de la faz de la tierra y sobre sus escombros construir enormes letras de hormigón que deletreen la palabra: "Perdón".
Por ejemplo, se habla mucho de las aberraciones deleznables que cometió España en América, pero se deja por fuera la creación de los derechos que protegían a los nuevos integrantes del Reino desde 1504, apenas 10 años después del descubrimiento; de las 25 universidades que se fundaron, entre las que se encuentra la más antigua del continente; los millones de kilómetros de caminos y acueductos que se construyeron a lo largo y ancho de los límites del imperio o de los avances que se trajeron desde la península hacia las zonas más remotas del territorio. Pero lo que importa ahora es derribar las estatuas de personajes que murieron hace cinco siglos, lo más importante ahora no es la lucha contra la corrupción, el narcotráfico, la delincuencia o la crisis económica; ahora se deben pedir explicaciones a siluetas antropomórficas de individuos que hicieron historia con los conocimientos y creencias de sus épocas.
Se tiene la idea de que lo que había antes era el jardín del Edén, la pax americana, la panacea; que los aztecas conquistaron todo el centro de México con diplomacia y debate, que doblegaron a los matlatzincos, tlapanecos y mixtecos con abrazos y caricias. Que los incas homogeneizaron los Andes y a los omaguacas, huarpes y cañaris bajo el idioma quechua con partidos de fútbol y duelos de cartas. Que los mongoles conquistaron más de 24 000 000 km2 de la estepa asiática, alargando su poderío desde el Pacífico hasta el Mediterráneo, con concursos de baile o que los almorávides plantaron el blasón musulmán sobre el Sahara, la costa este de África y casi toda la península ibérica con carisma y labia.
El ser humano ha hecho la guerra desde que pisó la Tierra hace más de 315 000 años.
Toda agrupación humana asimila o fue asimilada. Ejemplos de la brutalidad que necesitan las sociedades para existir hay de más, los micénicos y los minoicos, precursores de los griegos. Pero el ejemplo más claro, más reciente, de que el ser humano requiere de la violencia para conquistar o defenderse es la masacre moriori. Los morioris eran un grupo pacífico que habitaban la isla Chatham en el Pacífico Sur, no habían desarrollado ni herramientas ni estrategias para la guerra y vivieron en paz y armonía hasta 1835 cuando un grupo de 900 maoríes taranaki desembarcaron y acabaron con la vida de unos 2000 morioris.
De la historia, de las batallas, de las incursiones, del pasado, deberíamos aprender, de los errores y aciertos, de los éxitos y fracasos. El ignorar lo sucedido nos condena a repetirlo. Debemos estar agradecidos por vivir en el periodo de paz más estable que la humanidad ha vivido gracias, en gran parte, a las acciones de guerra del pasado.
Estudiante panameño en España.