Sobre la turbulencia política en nuestro país
La política nuestra es turbulenta, porque nace de ese origen turbio, fraccionado, atávico. Basta que se estudie los orígenes de esas reglas de la convivencia en nuestro suelo para saber que fueron todo menos esos códigos pacíficos que pretenden los ilusos traer hoy hacia una realidad, sin tener la base y fundamento que los haga sostenerse.
No se puede pretender ese desgarramiento del pasado que tanto han pretendido políticos que se han autodenominado “independientes”, o las asociaciones que se bautizaron como los voceros resonantes de la sociedad. Foto: EFE.
Para saber hacia dónde uno se dirige, debe uno saber de dónde se partió; porque posiblemente ese lugar en dónde estemos es solo una parte del camino que tendrá un destino al fin. Siempre habrá que hacer un paralelo entre naciones e individuos, porque las personas son la fibra misma de las cuales se componen. Como una gota de mar tiene los mismos componentes que el océano, así también reposan en el hombre los mismos componentes de la sociedad en la que vive.
No se puede, entonces, pretender ese desgarramiento del pasado que tanto han pretendido las camadas nuevas de políticos que se han autodenominado “independientes”, o las asociaciones que se bautizaron a sí mismas, sin nuestro permiso, como los voceros resonantes de la sociedad. Para ellos, la política es la arena sucia en la que ellos solo vociferan en vez de hacer sus brazos con las armas y el escudo y batallar.
Fácil es hablar, y en términos de fe espiritual y bíblica, la palabra se regresa a uno cargada con lo que deseó, como una red que, al arrojarse, pesca todo lo que viene en ella; pero ese es el ejercicio interno de los hombres, en el que la palabra y pensamiento no son sino una misma cosa.
En temas más prosaicos, más laicos, como la política, la palabra debe revestirse de inmediato de sentido material, debe encarnarse cuanto antes para convertirse en una realidad. De nada sirve, entonces, ser espectadores críticos en medio de esa arena pública, en la que el que vocifera y grita tiene solo rango de invitado.
Por esa razón, debemos desconfiar de aquellos que pretenden hacer planos conceptuales de la nueva realidad política de la nación, pero que jamás están dispuestos a asentar un bloque con sus propias manos, o a palear la mezcla del concreto que debe necesariamente endurecerse en forma material sobre ese marco imaginario que se queda solo en un concepto en el papel.
La política nuestra es turbulenta, porque nace de ese origen turbio, fraccionado, atávico. Basta que se estudie los orígenes de esas reglas de la convivencia en nuestro suelo para saber que fueron todo menos esos códigos pacíficos que pretenden los ilusos traer hoy hacia una realidad, sin tener la base y fundamento que los haga sostenerse. Desde las luchas intestinas de nuestros ancestros, en que los bravos caciques sometían, hasta el momento de conquistas españoles por las cuales fueron sometidos.
Desde Cémaco y los suyos que, al verse en cautiverio por parte de Colón, deciden en un acto de desobediencia civil documentado, quitarse sus propias vidas antes que hacer gala de la esclavitud española; desde las disputas de Pedrarias que terminan por decapitar a Vasco Núñez de Balboa; desde un Mariano Arosemena que, con peligro de su propia vida, impulsó los movimientos independentistas en 1821, hasta un Amador Guerrero que tiró los dados de nuestro futuro en medio de conspiraciones de recámara de otros políticos.
Desde un Arnulfo Arias M. que con su propio puño encañonó su arma humeante en la cabeza de Florencio Harmodio Arosemena, ese 2 de enero de 1931, hasta hacerlo dimitir. Así sucesivamente, nuestra política ha sido una montaña rusa, caracterizada por sus movimientos ascendentes en aspiraciones y descendentes en su realidad violenta y material.
VEA TAMBIÉN: Turismo en veremos
Especialmente los eventos que caracterizaron la mayor parte de ese siglo XX, que acaba justo de pasar, nos demuestran que la pugna y la disputa, que se manifiesta en forma popular en las esquinas de las tunas de los carnavales de Las Tablas, ha sido una característica normal en nuestro pueblo.
La bestia está dormida, sí, pero no muerta. Podemos todos aspirar a mejorar las condiciones y ejercicio de la vida política; pero desconocer lo que hemos sido, o pretender barrerlo y esconderlo todo bajo alfombras, no es la solución “independiente”. No se debe pretender vestir de lujo un cuerpo que está enfermo; primero hay que curarlo y comprenderlo.
Abogado.