Sobre la contaminación del pesimismo
No he perdido aún esa capacidad de sorprenderme; por eso todavía no entiendo cómo existen en nuestra nación personas que hacen de su vida una descarga persistente y una evacuación de odios personales contra otros
Pensemos siempre que vendrán mejores días. Examinemos nuestras propias vidas antes de abordar la pretensión compleja de examinar a los demás. Foto: EFE.
¿Cuándo es demasiado tarde para cambiar? A diario surge esa pregunta para aquel que ha sido ya curtido en alguna forma u otra por la vida. El tiempo tiene alguna forma de filtrarse en uno, haciendo que se expulse y excomulgue la esperanza de hacer cambios significativos en la forma de vivir o que se haga el abandono de ese esfuerzo necesario para el logro de los crecimientos personales que necesitamos.
Lo cierto, lo realmente cierto, es que nunca es tarde para nadie, y que hay aquellos que, sumidos ya en el lecho de la muerte, deciden hacer cambios positivos antes de expirar lo que será tal vez su último aliento; y solo entonces que se liberan de las cargas del rencor o se arrepienten de lo hecho o de lo que nunca hicieron.
Los emprendimientos significativos en la vida no tendrán jamás propósito en el fin y en el destino mismo, sino en ese largo caminar que ellos implican. Por eso, aplica aquí ese aforismo hermoso que nos dice que, en temas como estos, no importa cuándo es que uno llega, sino hacia dónde uno se dirige.
Muchos, personal y colectivamente, pierden la esperanza de mejores días. Incautos, no conocen la verdad de que los cambios son más de uno mismo que de lo que se desea cambiar en realidad. Los días seguirán siendo los días y las noches seguirán siendo las noches, pero lo que uno haga de ellos no dependerá de nadie más que de uno mismo.
Por eso, no escuchemos esas voces impulsadas por cinismo crónico que nos dicen que la vida y las naciones no tienen esperanza alguna de cambiar para mejor. Aquellos que ven que la nación no cambia, deberían tal vez buscar en ellos mismos la necesidad de cambio, antes de abordar aquello que es objeto de su escarnio, de su burla y de su falta de esperanza en el advenimiento de mejores días.
Así como una gota de aceite contamina un pozo entero, así también el pensamiento negativo es la semilla que, caída en suelo fértil, puede germinar y hacerse una maleza improductiva en abundancia. En los niños, especialmente, puede cobrarse realidad esa tragedia de la vida, en la que los que deben enseñarles, más bien contaminan esas mentes fértiles en las que crecerán los frutos de lo bueno y de lo malo que se siembra.
No hay espacio aquí en estas naciones nuestras para los que embarga el pesimismo y la falta de esperanza y de creatividad, porque nos contaminan a nosotros y a los nuestros, especialmente a los más chicos, que no han tenido aún el tiempo para hacerse de barreras altas para repeler esos ataques que minan el futuro de naciones y el carácter de los individuos.
Desde casa, en los tiempos más tempranos y más tiernos de la vida de los nuestros, debe uno pensar muy bien aquello que transmite a los que un día futuro serán los transmisores, a su vez, de todo lo que absorben.
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No he perdido aún esa capacidad de sorprenderme; por eso todavía no entiendo cómo existen en nuestra nación personas que hacen de su vida una descarga persistente y una evacuación de odios personales contra otros, que comulgan en el evangelio de la división y de la intolerancia, que pretenden enfermar a todos con sus estornudos de cinismo crónico.
Para ellos, toda iniciativa de mejoramiento nacional es mala y todo emprendimiento colectivo está contaminado con alguna mala práctica o destino sórdido. Ya que no podemos proteger afuera en ese mundo real a nuestros niños de que sean las víctimas de voces del fracaso, hagámoslo en el seno ese del hogar, donde les daremos formaciones necesarias para resistir intentos de deformaciones posteriores en sus vidas por parte de esos grupos e individuos pesimistas que todo lo ven malo en la nación.
Pensemos siempre que vendrán mejores días, aún para las generaciones esas que han sido las culpables de las realidades que vivimos. Sobre todo, examinemos nuestras propias vidas antes de abordar la pretensión compleja de examinar a los demás.
Abogado.