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Sobre la conciencia y el consumo de alimentos

Comúnmente se consume el jamón y otros productos procesados, dentro de la fría cadena de la industria. En esa etapa terminada y en empaque, no se escatima en el uso de productos conservantes que prolonguen el periodo de consumo, que llevará consigo la ingesta de ese tipo de químicos también.

Arnulfo Arias | opinión@epas.com | - Actualizado:

Sobre la conciencia y el consumo de alimentos

A menudo reflexiono sobre ese concepto acuñado por la tradición médica que se atribuye al gran Hipócrates y que dice "somos lo que comemos". Parece tener algún sentido pensar si eso no resulta al fin una muy clara realidad. Comencemos por pensar en los estragos que el hambre extrema causa al hombre en su proceso natural de razonar. Victor Frankl, durante sus años de prisión en los campos de concentración de Alemania, narra cómo su propio estómago vacío lo llevó a vaciarse a él también de su moralidad, de sus compasiones y de muchas cosas más. El hambre se hizo un dios en él y él en un esclavo de la digestión. De hecho, ni siquiera pensaba en sí mismo, más allá del cumplimiento material y mecánico de aquellos actos que le procuraban alimento escaso. La inanición le hizo insensible ante el dolor ajeno de sus compañeros, comprobando así que no existe moralidad posible en un ser humano sometido prolongadamente a la carencia extrema. Si la carencia de alimento nos causa, por un lado, esa perversión anímica, ahora pensemos lo que nos causa el consumo de alimentos que, como los de hoy, vienen alterados de manera artificial. Si somos lo que consumimos, entonces deberíamos pensar un poco más al respecto.

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Comúnmente se consume el jamón y otros productos procesados, dentro de la fría cadena de la industria. En esa etapa terminada y en empaque, no se escatima en el uso de productos conservantes que prolonguen el periodo de consumo, que llevará consigo la ingesta de ese tipo de químicos también. Pero, antes de esa etapa terminada de presentación hacia el consumidor, ¿qué hay? Hay una producción creciente de las crías que son considerados solamente la materia prima que, luego de procesamiento, llegará a las mesas de los consumidores.

 

La industria agroalimentaria ha llegado a expandirse en forma tan exponencial hoy en día que la demanda para alimentar al mundo alcanza cifras monumentales; por ejemplo, se estima que existen 1.500 millones de cabezas de ganado, que unas 20.000 millones de gallinas componen el inventario de la industria alimenticia avícola y que unos 968,16 millones de cerdos son materia prima en la industria porcina. Alimentar a la población mundial, que hoy supera los 7.000 millones de personas, no es una tarea fácil. Alimentar la población, asegurando que hoy vivamos un espacio histórico en el que casi se han erradicado las hambrunas, es una tarea loable; pero el cómo, es lo que debería en realidad alarmar a cada uno de los individuos que se convierten en consumidores de esa industria, que efectivamente ha masificado la alimentación de los seres humanos. No cabe duda de que la persona que estudia con conciencia y a profundidad la producción cárnica quedaría, en muchos casos, convertido en un vegano sin necesidad de mayores argumentos para hacer ese cambio radical en su postura. Comenzando, tal vez, por la ganadería que es una de las actividades agropecuarias más reconocidas en América Latina, se sabe que los terneros recién nacidos recibirán más ingesta de potenciadores vitamínicos artificiales que el mismo calostro de sus madres, y que el producto comercial cárnico habrá sido saturado, antes de su salida hacia el mercado, con enormes cantidades de toxinas desparasitantes como la ivermectina, que sin duda mata los parásitos y quien sabe cuantas cosas, más a largo plazo.

No debemos ser ilusos en cuanto a la necesidad de las industria alimenticia, que al final garantiza que el acceso a precios bajos logre saciar el apetito de millones de individuos. Pero tal vez sea hora de buscar humanizar un poco la cadena productiva, minimizando en algo el sufrimiento de animales domesticados a los que el ser humano debe su sustento hoy día.

En cambio, Alemania es el hogar de cinco millones de perros domésticos. En total, unos 200.000 lobos salvajes todavía vagan por la Tierra, pero hay más de 400 millones de perros domésticos.[1] El mundo es hogar de 40.000 leones, frente a 600 millones de gatos domésticos, de 900.000 búfalos africanos frente a 1.500 millones de vacas domesticadas, de 50 millones de pingüinos y de 20.000 millones de gallinas.[2] Desde 1970, a pesar de una conciencia ecológica creciente, las poblaciones de animales salvajes se han reducido a la mitad (y en 1970 no eran precisamente prósperas).[3] En 1980 había 2.000 millones.

Harari, Yuval Noah. Homo Deus (Spanish Edition) (p. 71). Penguin Random House Grupo Editorial

España. Edición de Kindle.

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