Sísifo II
Pero revolvamos la mirada, no tomaremos el primer camino, tampoco podemos regresarnos porque eso significaría involucionar, nos quedan dos caminos más.
Sísifo II
La peyorativa definición del Absurdo, ese manto que recubre aquello que está fuera de cualquier lógica, les impide a muchos encontrar en su interior nuevas vías para sortear la pesada carga que envuelve a la triste víctima consciente de su castigo. Pero los caminos siempre están frente a los que se encuentran con esta encrucijada. En el monólogo anterior, expliqué, desde mi sesgada, limitada y pobre visión, el primero de los caminos con los que el absurdista se encuentra, la primera vía para soportar el Absurdo.
Debo señalar que escribo Absurdo con mayúscula porque, lejos de referirme al adjetivo ñoño e infantil, estoy hablando del problema filosófico de encontrarle un sentido al sinsentido de la vida, de regresar a los pies de la montaña para cargar con la piedra una vez más. En esta segunda parte intentaré desvelar la realidad que se esconde en esa segunda salida.
Antes, y a modo de resumen, recordemos qué era lo que escondía el primer pasillo, ese que se vende como una solución sencilla, definitiva y correctiva para el Absurdo. Porque la muerte física, el suicidio, el pensar que, ya que nada que se encuentre en la plataforma física de los sentidos tendrá sentido alguno, será mejor tomar la decisión consciente y meditada de abandonar este panorama ilógico y febril. Pero la muerte física es dejar que el Absurdo gane y eso no es una solución correcta. Ponerle fin a la vida para no enfrentarse a la locura de un sinfín de repetitivas acciones fútiles no es una solución para el Absurdo. Por lo que, así como ya lo había expuesto en la columna anterior, el primer camino no es una salida del absurdo vivir.
Pero revolvamos la mirada, no tomaremos el primer camino, tampoco podemos regresarnos porque eso significaría involucionar, nos quedan dos caminos más en esta encrucijada. El segundo, sagrado y reflexivo, nos canta salmos y nos llama con su aroma de incienso y mirra. En él se encuentran teólogos, sacerdotes y serpientes que, conjurando hechizos y oraciones, calman al ansioso absurdista con relatos, sermones y parábolas. La tranquilidad de ceder la carga a un ser superior, a una deidad, la tranquilidad de dejar que sea Dios el que lleve las riendas del Absurdo no es más que otro modo de suicidio, el suicidio espiritual, es arrancar la única solución a un problema mayor.
Porque, aún con la injerencia divina, la intercesión de los santos y con la mano sanadora de la Virgen, el Absurdo se mantiene vigente, aun cuando nuestra mente no lo tenga en cuenta. Porque la repetitiva repetición de la ilógica monotonía de una vida absurda es algo intintrínseco a la cotidianeidad de la situación humana. Y aunque la religión pueda ayudar al absurdista a reconformar su espíritu, no es una solución real al problema de la falta de lógica en la existencia propia. Solo el trabajo interno, la construcción consciente de lo íntimo en el absurdista podría paliar los problemas que destacan con el aluvión de ansiedad que florece cuando el Absurdo aparece.
Revisadas y caminadas tres de las cuatro vías que conforman esta encrucijada, solo nos queda por explorar esa en la que Camus, Nietzsche, Diógenes y compañía anduvieron también. Nos falta esa tercera vía, ese pasillo oculto en el trabajo para llegar a él. Pero esta cruz, esta intersección, está envuelta en muerte, ya sea corporal o mental, que, de una u otra forma, como el chorizo, se repite una y otra vez todo el día, todos los días. El Absurdo es complejo, revelador y contagioso, pero su existencia no debe opacar la brillantez de una vida que merece ser vivida.
¡Mira lo que tiene nuestro canal de YouTube!