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Reflexión de Navidad

En este año nuevo pongamos entre nuestros compromisos el objetivo de luchar por una nueva civilización solidaria plenamente inclusiva, justicia social y pleno respeto a la naturaleza. Se trata de optar por la vida.

Juan Jované - Publicado:

La Navidad, fecha en que, gracias al nacimiento del Mesías en la pobreza de un pesebre, se debería celebrar la esperanza humana de una liberación en solidaridad, se ha convertido en una época de un consumismo exacerbado y vacío.

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En nuestros días, por expresarlo de alguna manera, el tradicional nacimiento navideño es reemplazado por la imagen de Santa Claus, cuya figura, tal como ahora la conocemos, es el producto de una campaña publicitaria puesta en marcha en 1931 por la Coca Cola.

El consumismo no es un elemento casual carente de explicación, el mismo, por lo contrario, es producto de la lógica contradictoria del actual sistema socioeconómico.

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Ahora vivimos en un modelo económico, social y cultural en el cual el objetivo último es la generación de ganancias sin límite alguno.

Esta lógica, que en un polo genera a una gran masa de población humana carente del más minino consumo esencial, también precisa, dada la creciente producción que debe ser colocada en el mercado, que otra parte de la población mantenga un alto y creciente nivel de consumo, aun cuando este más que servir para potenciar las capacidades humanas las estreche.

La estrategia de los grandes negocios para forzar la ampliación del consumo contiene diversos elementos.

El primero de ellos, que probablemente es el más conocido, es la llamada obsolescencia programada, es decir la producción de bienes fabricados para que colapsen en un plazo relativamente corto, con el fin de que el consumidor tenga que reponerlos repetidamente.

Un segundo elemento se refiere a la obsolescencia psicológica, la cual se logra modificando modelos, añadiendo detalles a los productos y variando la moda, de manera que las personas piensen que bienes que aún siguen funcionando son “gallitos” y deben ser reemplazados.

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A esto se debe agregar la cada vez mayor mercantilización de las imágenes y los símbolos, que deviene en la venta de servicios de consumo efímeros, que generan una demanda permanente, así como la promoción del consumo de bienes destinados a mostrar estatus y posición (consumo conspicuo de acuerdo a Veblen).

Esta forma de consumo tiene consecuencias.

Desde el punto de vista humano. 

Hace que las personas ya no sean apreciadas tanto por sus valores, su compromiso o su solidaridad, sino por su capacidad y estilo de consumo.

Somos lo que consumimos.

Esto lleva a una competencia sin sentido en la que alguien consume algo para adquirir un estatus superior, lo que al final se frustra porque todos en su círculo terminan consumiendo lo mismo. 

Dado que muchas veces el consumo se basa en el endeudamiento, resulta que el exceso del mismo y la necesidad de hacerle frente termina en vidas sin alternativas, destinadas al servicio de la deuda.

Desde el punto de vista de la naturaleza esta lógica de consumo no hace más que acelerar los problemas del agotamiento de los recursos naturales y de la contaminación, que tienen su expresión más crítica en el calentamiento global y sus consecuencias.

El consumo provocado por la voracidad de los grandes negocios tiene otro efecto devastador: el deterioro de nuestro medio ambiente, el cual ya está poniendo en peligro la propia vida de un número de personas, sobre todo en los países de menor desarrollo relativo.

En este sentido, de acuerdo con el afamado físico y climatólogo James Hasen, las tendencias de cambio climático llevarán a que 2,017,685 habitantes del Sur Global se verán obligados a emigrar hacia otras localizaciones, ya sea dentro de sus países o fuera de ellos.

En este año nuevo pongamos entre nuestros compromisos el objetivo de luchar por una nueva civilización solidaria plenamente inclusiva, justicia social y pleno respeto a la naturaleza.

Se trata de optar por la vida.

Economista

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