¡Qué insensatos que somos!
Pidámosle al Señor nos dé iluminación, humildad, para ubicarnos bien y darle a Él el puesto que en verdad se merece, el primer lugar, y nosotros, que somos nada sin Él...
No nos damos cuenta de que estamos en manos de Dios. Foto: EFE
¡Pero qué necios somos!
No nos damos cuenta de que estamos en manos de Dios.
¿Quién podría decir que decidió el día de nacer o escogió a los padres que iba a tener?
¿Quién decidió cuál iba a ser su sexo, o el color de su piel, o el país donde tuvo su vida física?
¿Acaso nos dimos el cerebro o el corazón que tenemos, o los ojos y el estómago?
No podemos hacer que la sangre circule por las venas y arterias, o que podamos oler.
Qué necios somos y qué soberbios.
O acaso alguien creó el aire que respiramos o la tierra donde cosechamos.
¿Alguien ha podido crear una semilla o hacer que el sol no ilumine más?
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¿Alguien hizo los mares y los ríos?
Nosotros completamos la obra divina, haciendo lo secundario.
Regando y abonando las tierras, trabajando en el desarrollo de nuevas semillas o el cruce de animales de diferentes razas, para tener vacas que den mejor leche o más carne.
Pero nadie ha creado una vaca.
Y claro que podemos por la ciencia curar personas, detener infecciones, hasta devolver la vista casi perdida a algunos.
Pero esa inteligencia nos la dio el Señor.
Si echáramos una vista por el universo, nos quedaríamos sorprendidos del inmenso poder divino.
Podemos divisar la luna y algunos planetas, y ver en el cielo cientos de estrellas de pálida luz, pero la ciencia ha descubierto que somos parte de una galaxia, la Vía Láctea, donde hay entre dos mil y cuatro mil millones de estrellas.
Y que en el universo hay billones de galaxias.
Si una nave espacial pudiera salir del sistema solar, nos vería como un planeta más alrededor del sol, pero si se fuera alejando cada vez más, nos llegaría a ver como un diminuto punto en una galaxia.
Pero si saliera de esta, no pudiera distinguir en esa galaxia de millones de estrellas, dónde estaría la tierra.
Imposible.
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Imaginémonos, pues, cómo será el poder y la grandeza de Dios que creó todo lo que existe, lo sostiene y lo trasciende.
¡Quién como Dios!
¡Pero qué soberbia la nuestra!
Nos creemos dioses, y no somos más que tierra moldeada por el Señor, dándonos un alma, una inteligencia y conciencia y que dependemos totalmente de Él.
Si el Señor quisiera, dejaríamos de existir.
Pidámosle al Señor nos dé iluminación, humildad, para ubicarnos bien y darle a Él el puesto que en verdad se merece, el primer lugar, y nosotros, que somos nada sin Él, reconocer que somos su creación, redimidos por la Sangre del Cordero, hijos del Padre por pura misericordia suya y vencedores de la muerte eterna, gracias a Él.
Monseñor cmf.