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Mi tía Carmen
Miguel Antonio Bernal | Abogado y catedrático - Actualizado:
"Cuando alguien querido se nos muere, lloramos por su ausencia y por nosotros, cada día más solos en un mundo cambiante y extraño que pretendemos ver igual al que conocimos...pero que jamás será igual, jamás..." Carmen Mercedes Villalaz de Moreno, falleció el sábado 2 de agosto en La Heroica Villa de Los Santos, a los 97 años de edad.Maestra de profesión, inició a miles de estudiantes en las primeras letras, desde aquellos tiempos en los que todavía se viajaba de Macaracas a La Villa por el río y se tomaba una lancha para llegar por mar a Panamá.La mayor de un hogar de nueve hermanos (Juan Marcelino, Nicanor, Manuel Balbino Juanelo, Rosita, Lolita, Fula y Merce) perdió a temprana edad a su padre, el juez, Juan Marcelino Villalaz, muerto a tiros frente al portal de su casa por un ex convicto.Carmen Mercedes, como la llamaban sus hermanas y demás familiares; "tía Carmen" para la entonces muchachada de sobrinos que nos reunían desde niños en la vieja casona -hace tiempo centenaria- para los veranos, así como para las festividades y celebraciones que son parte de la tradición familiar y vernacular.Llevó siempre vivo, hasta pocos meses antes de su muerte, un profundo espíritu samaritano de querer hacer siempre el bien.De consagración y abnegación total por sus hijos (Ricardo, Juan Luis, Gustavo y Jorge Enrique) a quienes se dedicó y con quienes supo superar tantas adversidades, a pesar del temprano fallecimiento de su esposo, Pedro Moreno.Mis primeros recuerdos de mi tía Carmen se remontan a cuando de muy niños, íbamos con mi mamá de visita en la capital, a su residencia a un costado de la piscina Adán Gordón, cuando manejaba una vieja camioneta jeep, cuando nos amonestaba por tantas travesuras...Pero al iniciar el recorrido de tantos recuerdos en los que la tía Carmen emerge siempre como un rocío mañanero, quedan marcadas las profundas huellas que deja a su paso alguien que, además de madre y maestra, supo ser una buena hermana, alguien que nunca dejó de practicar su solidaridad, que fue profundamente humana, y que en todos los círculos en que se desenvolvió supo dejar un recuerdo imperecedero, permitido sólo a quienes únicamente saben hacer el bien.Fue mi tía Carmen amante y practicante de la música.La armónica y la guitarra eran en sus manos instrumentos más que musicales, pues las notas que de ellos emanaban transmitían también esa alegría que la invadía cuando nos deleitaba con su pasillo favorito "El suspiro de una fea", con un gallino o cuando acompañaba una danza de diablico.También el pequeño órgano con el que, en compañía del coro por ella fundado, ponía a vibrar las paredes de la legendaria iglesia de San Atanasio y enternecía a los feligreses de las misas dominicales, de Semana Santa o de las celebraciones propias del santoral que aún se practican en nuestro interior.De sus labios siempre venían sabios consejos, pero también poesías de su creación o aquel viejo soneto de Ramón de Campoamor que nos solía recitar como enseñanza de la vida y que dice: "Procura cuando caminas/ tomar la flor de las cosas/ que es sabio arrancar rosas/ sin clavarse las espinas.De estas artes peregrinas/son maestras primorosas/ abejas y golondrinas/ hormigas y maripoas.Olvida con tus cantares/ el rigor de los pesares/ y hallarás consolaciones /que es don humano y divino/ el de alegrar el camino/ con risas y con canciones."Quiero con estas líneas rendir un homenaje a una gran mujer, cuyo don de gentes, su sencillez, su optimismo ante la vida -a la cual supo superarle tantos obstáculos- fue no sólo ejemplo, sino también una actitud de vida.Tía Carmen se quedó dormida, pero dejó despierto en quienes tuvimos la dicha de conocerla y compartir con ella, el regocijo que da la vida si sabes alumbrar y alegrar el camino.*Miembro del Departamento de Política Económica de ESEADE (Escuela Superior de Economía y Administración de Empresas).(c)www.aipenet.com