Sobre la llamada Estrella de Belén
En estas fechas, colmadas usualmente de festividades, la enfermedad le sigue haciendo asedio fuerte al ser humano, y se cuela a través de los dinteles de las puertas, deslizándose como serpiente venenosa en los hogares.
Un hombre soñador valdrá por diez escépticos. El mundo material de hoy resiste, como nunca, el mundo de los sueños; pero al final, nada de lo que existe ante nosotros que sea hecho por el hombre sería sólido y palpable si no se hubiera concebido antes en el mundo vaporoso de la idea.
No suena tan romántico decir que este año, por esos ciclos celestiales, se dará la conjunción de los planetas Júpiter y de Saturno, luego de un lapso prolongado de 800 años sin que ese fenómeno se diera en tal nivel de alineación tan impecable. Al contrario, sí suena más épico, más esperanzador, pensar que el movimiento planetario no es otro que la Estrella de Belén, tal y como lo pensara el propio Kepler que, a pesar de ser astrónomo, se inclinó por la teoría de que el fenómeno astronómico no era otro que la legendaria Estrella de Belén.
Este año, triste para el mundo por el luto que ha causado en muertes por pandemia, en angustias muy sentidas en el corazón del hombre, el universo y sus misterios nos regala un espectáculo de luz y de esperanza, que será visible en todo el mundo; una luz de fe que brilla hoy a medias en el hombre, que había perdido el lustre usual de la alegría y el destello caluroso de la humanidad.
En estas fechas, colmadas usualmente de festividades, la enfermedad le sigue haciendo asedio fuerte al ser humano, y se cuela a través de los dinteles de las puertas, deslizándose como serpiente venenosa en los hogares.
Pero, a pesar de todo eso, hoy hay una luz que se materializa en ese cielo vasto e insondable, brillando en medio de la sombra más profunda y más desconocida, como atrayendo la mirada de los hombres hacia un faro misterioso de esperanza, como si supiera el universo que hoy nos encontramos batallando en la tormenta de la angustia.
Miremos la esperanza, entonces, no como algo que es científico, regido por eventos astronómicos, sino como algo que se anida y crece desde el individuo y que solo desde allí se puede dar a los demás. A pesar de la catástrofe global, pensemos que la próxima conjunción de Júpiter y de Saturno, que ocurrirá en un ciclo regular de veinte años nuevamente, encontrará una humanidad fortalecida que, como siempre, sabe levantarse fuerte desde el mismo fuego y las cenizas, como el oro que en la llama ardiente encuentra su valor.
La última pandemia global, de proporciones similares, fue la de la Gripe Española, que cobró la vida de más de 50 millones de personas e infectó a más de 500 millones en el mundo, entre 1918 y 1920. A pesar de que los seres humanos habían salido apenas de esa Primera Guerra Mundial, en un mundo que palidecía ante la hambruna, la depresión económica, las bajas de la propia guerra que se contaban por millones, se hizo frente a la pandemia de manera valerosa y resiliente.
Los seres humanos, habiendo apenas superado la tragedia bélica más sanguinaria de la historia conocida hasta ese entonces, supieron persistir en su camino, sin mirar atrás, sin convertirse en una estatua inerte que contempla únicamente la tragedia del pasado, deteniendo así la marcha que conduce siempre hacia el progreso de la humanidad.
VEA TAMBIÉN: Sobre tantas cosas silenciadas
Por eso, este año ha sido triste, pero también nos deja una enseñanza en su lección. Puso un freno al potro indomable de la soberbia de la era tecnológica, la era del supuesto entendimiento insuperable. Pero lo que hace al hombre ilimitado en su conocimiento es su conocimiento limitado, cuando así lo acepta y reconoce. Tal vez habíamos alcanzado una conformidad moderna, una apatía tecnológica, un trance virtual o una confianza demasiado grande en los avances de la ciencia. Pero con todas las ventajas materiales de ese mundo que vivimos hoy, la pandemia nos enseña que el continente más inexplorado de la tierra es uno mismo.
Abogado.