La envidia engendra el odio
La envidia es el virus que corroe cualquier relación de cercanos en profesión, amistad, familia, y es capaz de destruir cualquier vínculo de hermandad. No se da regularmente entre personas lejanas, sino entre los que conviven y tienen alguna relación particular como pertenecer al mismo gremio. San Basilio dice que "no existe envidia entre los que no se tratan, sino entre los muy cercanos; y entre estos, a los primeros que se envidia es a los vecinos y a los que ejercen el mismo arte o profesión, o con quien se está unido por algún parentesco…
La envidia engendra el odio
De la soberbia, pecado que en el fondo busca ocupar el lugar de Dios, nace la vanagloria, que desea siempre la gloria humana a como dé lugar y de ahí viene la envidia que se entristece cuando otro logra alcanzarla por méritos propios. "No seamos codiciosos de la gloria vana, provocándonos y envidiándonos unos a otros", (Gal 5,26). Por eso se irrita el envidioso cuando aquel alcanzó triunfos que él no ha podido alcanzar y esa cólera reprimida lo lleva a murmurar, a especular falsedades que le resten valor al éxito del otro, y se alegra cuando le va mal a su víctima, gozándose morbosamente. El envidioso suele ser hipócrita, actuando con doblez, simula una caridad que no es cierta, pero en el fondo desea el fracaso y el hundimiento de quien envidia.
La envidia es el virus que corroe cualquier relación de cercanos en profesión, amistad, familia, y es capaz de destruir cualquier vínculo de hermandad. No se da regularmente entre personas lejanas, sino entre los que conviven y tienen alguna relación particular como pertenecer al mismo gremio. San Basilio dice que "no existe envidia entre los que no se tratan, sino entre los muy cercanos; y entre estos, a los primeros que se envidia es a los vecinos y a los que ejercen el mismo arte o profesión, o con quien se está unido por algún parentesco… y en suma, así como el tizón es una epidemia propia del trigo, así también la envidia es la plaga de la amistad".
Por envidia se mata a Jesús, a quien llamaban amigo de publicanos y pecadores. Los que detentaban el poder religioso no resistían que Jesús congregara multitudes y que fuera escuchado y que creyeran en su palabra. "Pilato sabía que le habían entregado a Jesús por envidia", (Mt 27,18). Por envidia se perseguía a la Iglesia primitiva que congregaba lenta pero eficazmente gente en todo el imperio, y de hecho Pablo es perseguido por envidia. "Los judíos, al ver a la multitud, se llenaron de envidia y contradecían con blasfemias a cuanto Pablo decía", (He 13,45).
El envidioso tiene una gran ilusión, ver caer a quien es objeto de su envidia. Por lo que está siempre en espera de la noticia funesta del tropiezo de su hermano, fomentando incluso el descrédito del mismo con chismes, comentarios negativos y sobre todo con un deseo enfermizo de ver la destrucción del otro. La envidia es lo contrario al amor: "El amor es paciente, servicial; no es envidioso, no actúa con bajeza, no busca su interés, no se irrita…. Todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta", (1 Cor, 13, 4-5.7). El que ama se alegra con el triunfo del otro y se entristece con su fracaso. El que ama, incluso, busca imitar al que se supera y aprende las lecciones tanto del que triunfó como del que fracasa, pero sin hacer "leña del árbol caído". El que ama destierra de sí constantemente todo mal sentimiento, pidiéndole a Dios la purificación y sabe que con Él es invencible.
Monseñor