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El panameño no saluda

Durante nuestro breve encuentro, que no se extendió más por la ansiedad de Frida de olerle el rabo a otro can cercano, me congenió que "el panameño no saluda, a no ser que te quiera vender algo". Que le extrañaba esa actitud porque no es así en su tierra. En Hartford, New Haven y Danbury, existe una camaradería diferente.

Jaime Figueroa Navarro - Publicado:
¡Manos a la obra, profesores de cívica y de turismo!  Una clasecita de buenas costumbres nos haría mucho bien. Foto: Archivo. Epasa.

¡Manos a la obra, profesores de cívica y de turismo! Una clasecita de buenas costumbres nos haría mucho bien. Foto: Archivo. Epasa.

Muy a pesar de las restricciones en los viajes, resultado de la pandemia de la Covid-19, con una designación nivel 4 del Centro de Control de Enfermedades (CDC) de Estados Unidos, que amalgama aquellos países donde no es recomendado viajar, Panamá goza del aliciente para aquellas almas aventureras ya vacunadas que desean continuar con su vida.

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Soy mañanero, de aquellos para quienes las notas del estribillo folclórico "Alevántate muchacho que llegó la madrugada, los pollitos tienen hambre, las gallinas tienen sed", hace aún sentido en esta cárcel de concreto donde los únicos pollitos y gallinas se encuentran destazados en la sección de cárnicos del supermercado.

Todas las mañanas al alba, acompañado de mi juguetona Frida, perrita de raza French Bulldog a quien todos tienen que percibir, aunque sea de reojo, por su encanto y dulzura, me arrimo a la cinta costera a una extendida caminata desde el Matasnillo hasta el Mercado del Mariscos, los 10,000 pasos diarios para asegurar mi sanidad física y mental, quemando las calorías del postrecillo de anoche y un poquito más.

Al cruce de la cinta en el semáforo a alturas del Banco Hipotecario, siempre aguardo la señal verde con paciencia, velando no ser víctima del conductor que no respeta abalanzándose sobre peatones en su derecho.

Cómo me gustaría ser agente de tránsito por un día para detener a esos descabezados infractores y retenerles por un largo tiempo para no solo imponerles una jugosa multa, sino también para que sean lascivia del oprobio general.

Topo en mi caminar con algunos rostros, a pesar de estar enmascarados, harto conocidos. Malek, de la Guardia, Weil, Myers, personas que también están enviciados por esa comunicación diaria con la salida del astro sol y sus primeros rayos sobre la sombra de los húmedos rascacielos de Punta Paitilla. Ellos saludan de reojo, como agitados por el apremio de llegar a la sala de urgencia del Centro Médico Paitilla para esperar a un infartado familiar. Pero saludan.

A la altura del parque Mayín Correa hago contacto visual, como suelo hacer con todas las almas que cruzo en mi caminar, con Mike, uno de esos osados Yankees que han decidido viajar al trópico a pesar de las advertencias. Él lo nota y dice "Good morning", como adivinando que yo debo hablar inglés. De hacer lo mismo en las riberas del río Sena en París, se toparía con quien sabe qué atorrancia.

Sediento de conversar con alguien, se encontraron el hambre y las ganas de comer. Oriundo de Connecticut, tatuado de cabo a rabo como suele ocurrir con los jóvenes más briosos este siglo, saluda y me intima, "usted no es de aquí, su inglés es muy bueno".

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No queriendo contradecirle, me narra su penoso transitar en Tocumen la semana pasada, donde insistían en endilgarle la prueba de la Covid-19, a pesar de contar con un fresco certificado de su país de origen y la zanganeada por taxistas deseosos de su negocio a la salida de la terminal, optando por tomar un Uber a su alojamiento en el Casco Antiguo.

Durante nuestro breve encuentro, que no se extendió más por la ansiedad de Frida de olerle el rabo a otro can cercano, me congenió que "el panameño no saluda, a no ser que te quiera vender algo". Que le extrañaba esa actitud porque no es así en su tierra. En Hartford, New Haven y Danbury, existe una camaradería diferente.

¡Manos a la obra, profesores de cívica y de turismo! Parte del entrenamiento en la academia militar era el enérgico saludo a todo forastero que extendían los cadetes de Valley Forge, dejándoles atónitos. Una clasecita de buenas costumbres nos haría mucho bien en pulir un homo Sapiens Panamensis más a tono con las necesidades de un pujante turismo que tanta falta nos hace.

Líder empresarial.

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