De la libertad y otras dolencias
La crisis del apoyo está tocando las puertas del presente, pero nadie hace nada, nadie mueve un dedo. El lúgubre velo de la confrontación oculta la verdadera misión de aquellos llamados líderes.
La UE está en problemas. Eso ya se sabe. Se ha hablado acerca de los roces y fricciones entre sus integrantes desde hace ya semanas. Francia en contra de la Mancomunidad británica, el maremoto de inmigración sin planes a la vista para regularlo o el aumento astronómico en el precio de la electricidad, el gas, la gasolina y las amenazantes nubes de crisis energética que empiezan a formarse en el horizonte, son algunos de los problemas a los que se enfrenta el antiguo continente. Preocupaciones que parecen no estar entre las prioridades de la sociedad europea. Para la justicia europea parece ser mucho más importante mantener la homogeneidad y la primacía de las leyes europeístas por encima de todos los Estados.
Polonia ha decidido cuestionar el dictamen de Bruselas acerca de la superioridad de la jurisprudencia europea sobre las constituciones nacionales. Llevó a revisión la compatibilidad de ambas legislaciones y se decidió priorizar a la nación. La fricción entre ambos organismos, el Tribunal Constitucional polaco y la Unión Europea, ha llevado a la diplomacia por otros medios. Sanciones, regaños y quejas han llovido sobre Varsovia y la oposición polaca ha salido a cuestionar la permanencia del país en la liga de naciones.
Situaciones como esta ya han pasado. Ya ha habido casos de choque entre los territorios soberanos que componen la Unión y la Asamblea de Estados que la dirige. Sin mayor consecuencia que el envío de un par de burofaxes, otro par de advertencias y discursos sin envergadura que solucionan momentáneamente el dilema. ¿Qué hace esta situación polaca distinta a las demás? El miedo real a otra salida más. La retirada de los tentáculos internacionales del Este del continente. Un “polexit”. Un desastre para las estrategias militares, sociales y económicas del gigante administrativo. Ese es el punto diferenciador de esta situación con el hartazgo que tienen los líderes polacos de las directrices cuasi déspotas que llegan desde Bélgica.
¿Pero en un conglomerado de naciones libres no debería de primar la libertad por sobre todas las cosas?, ¿no sería más sensato dejar que esta preciada virtud campe a sus anchas? Este continente conoce los horrores del autoritarismo, la miseria y el terror de la tiranía; creó un organismo para tratar de no volver a permitir que se cometan desgracias como aquellas, pero solo ha logrado, (no dejando de lado todo lo bueno que ha traído la Unión a la región) dividir a los pueblos entre europeístas y euroescépticos. Entre los que piden y los que dan. Entre aquellos que creen que no reciben y los que creen que lo dan todo.
Y se debe recordar el sinuoso camino que se ha recorrido hasta llegar a donde se está, la historia demuestra que el absolutismo y la opresión solo llegan hasta donde la voluntad lo permite. La cosecha de la autodeterminación se está quedando corta. Las sequías, causadas por la incertidumbre y las ganas de regresar a ‘como estábamos antes’, han sido demasiado duras con la tierra. Pocos han sido los brotes que se ven germinar. La crisis del apoyo está tocando las puertas del presente, pero nadie hace nada, nadie mueve un dedo. El lúgubre velo de la confrontación oculta la verdadera misión de aquellos llamados líderes. Y el miedo del regreso de las restricciones, el terror que asola las cabezas de los que ven otro 2008 volverse a repetir, hacen que muchos traten de mantener la unificación de cualquier manera. Pero este miedo no le hace bien a nadie. La situación polaca y su resultado será un punto de quiebre en la forma de relacionarse de ahora en adelante de la UE con los países integrantes.
Ganador del premio del Fórum de Periodistas.