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Deforestan áreas para criar más ganados, sin importar las consecuencias

Entre los vaqueros y los peones que trabajan la tierra por salarios miserables, los sentimientos son encontrados: algunos se oponen terminantemente a los incendios y otros los consideran un mal necesario para conservar su empleo.

Clifford Krauss - Publicado:

Vigilar el bosque tropical ya no es tanta prioridad bajo el presidente Jair Bolsonaro. En Rondônia, un rancho se extendió a la Amazonia. Foto/ Victor Moriyama para The New York Times.

ALTAMIRA, Brasil — Con miles de incendios provocados de manera intencional ardiendo en su enorme territorio, el bosque tropical de la Amazonia brasileña se ha vuelto un caos de humo en semanas recientes.

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Casi todas las personas en la Amazonia —y los ambientalistas en todo el mundo— ven a los incendios como un desastre que no sólo plantea amenazas a la salud, sino que también devasta un bosque que tiene un papel esencial en la absorción del dióxido de carbono y en ayudar a evitar un mayor aumento en las temperaturas.

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Sin embargo, para unos cuantos, el humo huele a dinero: muchos de estos incendios fueron provocados por propietarios de ranchos, un poderoso sector de la economía brasileña, con el fin de despejar zonas para más pastoreo.

En Brasil hay alrededor de 200 millones de cabezas de ganado y, según la Yale School of Forestry, cerca de 45 millones de hectáreas de bosque han sido convertidas en pastizales en las últimas décadas.

Los expertos culpan a la cría de ganado de hasta el 80 por ciento de la deforestación de la Amazonia en los últimos años, lo cual ha originado campañas internacionales para presionar a las empacadoras de carne para que dejen de comprar reses de los ganaderos involucrados en esos incendios.

Los incendios son una forma rápida, pero ilegal, de transformar las densas junglas en tierras adecuadas para pastar. Una limitada aplicación de la ley —si acaso llegan a imponerse multas, rara vez se pagan— hace que el cálculo riesgo-beneficio de provocar un incendio sea fácil para los propietarios de grandes ranchos, que por lo general viven en ciudades que están a cientos de kilómetros del humo.

Es poco probable que los dueños de extensiones más pequeñas que viven en sus granjas participen en incendios nuevos a gran escala.

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Lenaldo Batista Oliveira, de 63 años, propietario de un pequeño rancho en el estado de Pará, comentó que a lo largo de los años ha visto muchos incendios, pero que cada vez está más preocupado por la cantidad de incendios ahora.

Entre los vaqueros y los peones que trabajan la tierra por salarios miserables, los sentimientos son encontrados: algunos se oponen terminantemente a los incendios y otros los consideran un mal necesario para conservar su empleo.

“Despertamos sin poder respirar bien”, comentó Roberto Carlos da Silva, un trabajador de 48 años de un rancho llamado Fazenda Nossa Senhora en el Estado de Pará. “Abrir más tierra para el ganado sólo beneficia a los ricos. Los pobres nada más sufren por soportar el humo y tienen que trabajar mucho para extinguir los incendios”.

Miguel Pereira, un peón de 52 años, mencionó que tampoco le gustaba el humo de esos incendios, pero él tenía otra óptica.

“Si sólo protegemos el medioambiente, entonces los granjeros se hundirán bajo el peso de sus gastos. Si no podemos deforestar un poco, no hay manera de criar más ganado. Se necesita crear una situación que sea buena para ambas partes”.

Hay normativas del Gobierno en materia de deforestación, pero en el mejor de los casos se aplican de manera poco sistemática en vista de la inmensidad y lo remoto de la Amazonia. La vigilancia ha dejado de ser una gran prioridad desde enero, cuando tomó posesión el presidente Jair Bolsonaro, un populista de derecha que ha privilegiado el desarrollo económico por encima de los intereses del medioambiente.

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Las tres empacadoras más importantes de Brasil se han comprometido a no comprar ganado directamente de las granjas que usan tierra deforestada de manera ilegal. Sin embargo, el ganado con frecuencia es “lavado” en la cadena de suministro, habiendo nacido en una granja donde hubo una deforestación ilegal y siendo engordado en otro rancho recién creado por un incendio, antes de ser vendido a un rancho final que sí cumple con las convenciones internacionales relacionadas con el medioambiente.

“Vivimos de los árboles y el clima se está calentando porque hay menos árboles”, comentó Luis Rodríguez, un vaquero de 53 años que cuida 350 cabezas de ganado en el Estado de Pará. “Incluso las reses están sufriendo porque cada vez hay más sequías”.

Mariana Simoes contribuyó con reportes a este artículo.

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