Un círculo de lectores para salir del encierro
Detenidos de la cárcel de La Chorrera tienen un grupo de lectura que les permite viajar a mundos diversos, a pesar de estar privados de libertad.
- José Chacón
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- - Actualizado: 06/8/2018 - 06:27 am
Tan solo unas semanas después de haberse terminado el Mundial de Rusia 2018, seis reos luchan afanosamente por un balón.
No hay árbitros, no hay tarjetas, no hay reloj, solo la mirada atenta de algunos custodios que observan los movimientos de cada jugador. La única regla del partido es no alterar el orden.
Alrededor de la plazoleta de concreto se ubican tres torres con igual número de niveles. Hay balcones repletos de harapos y barrotes.
Desde allí arriba, decenas de hombres tatuados alientan, se burlan o insultan. Pero a nadie parece importarle, el bullying ahí se ignora, es cotidiano.
Es la rutina durante la hora de patio del centro de rehabilitación de La Chorrera, una cárcel con capacidad para 264 presos, pero en la cual conviven 604, según su director, Isaac Molina.
Las manecillas del reloj tocan la hora 11:00, se asoma el mediodía. El sol exprime el sudor de las frentes. Los que no juegan fútbol se duchan. La mugre y la espuma corren en público.
Los que se han podido bañar aprovechan para lavar sus sábanas.
Les sacan el sucio pisándolas dentro de un tanque de cinco galones que contiene agua y jabón en polvo, el mismo que usan para el cuerpo.
En ese lugar se percibe un olor indescifrable porque hay movimiento en la cocina. El aroma a comida se mezcla con el humor de los presos, la humedad, el jabón y otras "fragancias".
En medio de toda esa escena, 16 sujetos, con suéter amarillo, escuchan atentos la voz de Teodoro Castillo, uno de los dos tutores del círculo de lectura que lleva el mismo nombre del penal.
Sus palabras tienen que ser fuertes, competir con los gritos de gol y el ruido de unas pesas, ya que hay convictos engrosando sus cuerpos.
Los del grupo de lectura tienen dos horas diarias de literatura, explica Castillo.
"Dividimos la jornada en tres sesiones; sobre teoría, lectura comprensiva y discusión de sus narraciones".
Desde septiembre de 2017 hasta la fecha, 48 privados de libertad han decidido formar parte del proyecto insignia del reclusorio.
Alan Gilliard es uno de ellos, aunque no comentó sobre su delito, cree en segundas oportunidades.
"La lectura me ayuda a calmar mi ansiedad, a escapar, a ser libre, como en la historia de Dédalo e Ícaro", explica el hombre sosteniendo un libro en sus manos.
Mirna López, trabajadora social del Estado, es parte fundamental en esta historia.
A ella le toca charlar con los integrantes del círculo que no quieren saber del coronel Aureliano Buendía, el célebre personaje de Cien años de soledad, obra que también ha sido objeto de debate en esa prisión.
"El proyecto ha tenido buena acogida, aunque algunos se niegan, es cuestión de actitud y superación personal", expresa tajante López.
Según la funcionaria, las obras que allí poseen son por donaciones de clubes cívicos.
El boom del círculo ha sido tal que ahora pretenden cruzar extramuros: publicar un libro escrito por quienes no gozan de libertad.
María Eugenia Rodríguez, del Centro de Investigaciones de la Facultad de Humanidades (CIFHU) de la Universidad de Panamá (UP), es quien está a cargo de la gestación de la obra.
"Se llama Presos: voces de hombres en el encierro, se encuentra muy avanzado, en estado de diagramación final", explicó Rodríguez.
La docente afirmó que también tienen la colaboración de Carlos Fong como editor del texto; de Marcela Camargo, quien verá la parte ortográfica, y de Ricardo López, que realiza el diseño.
La obra será llevada a la Imprenta Universitaria en pocos días y no se les cobrará un centavo a los reos.
La idea fue propuesta por los presos, quienes se inspiraron en el libro En este lugar: relato coral etnográfico sobre la vida en una cárcel de mujeres, obra publicada por el CIFHU y escrita por mujeres privadas de libertad del centro femenino de rehabilitación.
El círculo los ha ayudado a llevarse mejor, a dejar rivalidades y a poder comunicarse con sus compañeros de celda.
Tienen deseos de escribir, de seguir leyendo, pero su mayor tesoro es la libertad. No la tienen, solo la imaginan cuando se embeben con una lectura.
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