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Bajos precios del petróleo pondrán a prueba a los gobiernos del Medio Oriente y África

Con menos dinero para sobornar a sus pueblos, algunos autócratas recurrirán a la represión.

The Economist - Publicado:

Se les podría dificultar mantener sosegadas a las masas. Imagen: Pixabay

“En la historia de cualquier nación hay momentos especiales y sucesos seminales”, mencionó el presidente Uhuru Kenyatta en agosto. Estaba celebrando la entrada de Kenia al club de los productores de petróleo con un embarco simbólico de 200.000 barriles. “La primera exportación de crudo desde nuestra nación… marca un momento especial en nuestra historia”, declaró.

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A los políticos les encanta el petróleo. Venderlo genera dinero fácil para los gobiernos; mucho más fácil que cobrarles impuestos a los ciudadanos, quienes luego exigen servicios, democracia y un buen gobierno. Los petrodólares también engrasan las redes clientelares. Se pueden usar para comprar votos, silenciar rivales o, si esto falla, financiar una cómoda jubilación en el extranjero.

Por lo tanto, cuando el 9 de marzo el precio del petróleo cayó un 30 por ciento, por debajo de 32 dólares por barril, muchos políticos se horrorizaron. Los precios del petróleo cayeron porque la COVID-19 redujo la demanda mundial y Arabia Saudita abrió sus grifos para aplastar a los productores que tienen altos costos de producción. Las consecuencias para las naciones que bombean petróleo serán el sufrimiento económico y las decisiones difíciles. El dolor se sentirá en buena parte del Medio Oriente y África.

En 2014, se hizo un ensayo, cuando los precios del petróleo cayeron a más de la mitad. Esta vez será más complicado, pues los países usaron gran parte de sus reservas de efectivo durante esa caída. El impacto más inmediato será en los presupuestos gubernamentales.

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Empecemos por Nigeria, donde el petróleo representa más o menos el 90 por ciento de las exportaciones y dos terceras partes del ingreso gubernamental. El ministro de Finanzas ya ha solicitado una revisión del presupuesto, el cual estaba basado en un precio del petróleo de 57 dólares por barril. No obstante, la austeridad demostrará ser difícil en una economía tan aletargada que apenas mantiene el paso del crecimiento de la población. Hay poco espacio para los préstamos: un 65 por ciento de los ingresos del gobierno está destinado a pagar la deuda existente. Nonso Obikili, un economista nigeriano, supone que el gobierno simplemente imprimirá dinero para pagarles a los servidores públicos, lo que aumentaría la inflación.

La guerra de los precios también volverá un desastre las finanzas públicas en algunas partes del Golfo. El presupuesto de Omán para 2020 predecía un déficit del ocho por ciento del producto interno bruto aunque el precio del petróleo estuviera a 58 dólares por barril. Los precios en 30 dólares elevarían el déficit hasta un 22 por ciento. Bahréin, un productor moderado que, sin embargo, depende del petróleo para un 75 por ciento de los ingresos públicos, tenía la esperanza de equilibrar su presupuesto para 2022. Lo más probable es que ambos países deban reducir el gasto y pedir dinero prestado. Sus cargas de deuda se han disparado desde 2014, cuando se terminaron los años en los que los barriles de petróleo costaban 100 dólares. Omán ahora debe más del 60 por ciento del PIB, en comparación con el 5 por ciento de 2014, mientras la carga de deuda de Bahréin saltó del 44 al 105 por ciento.

Los países más ricos pueden arreglárselas durante años. En 2020, Arabia Saudita tenía presupuestado un déficit de 50.000 millones de dólares. El banco Goldman Sachs considera que ahora podría superar los 80.000 millones de dólares; otros economistas calculan el golpe en 100.000 millones de dólares. Sin embargo, el reino tiene unos 500.000 millones de dólares en el banco central, y puede pedir prestado a bajo costo, con bonos a diez años que coticen con intereses menores al cuatro por ciento. La deuda saudita es el 24 por ciento del PIB, un porcentaje bajo en comparación con los estándares del mundo. No obstante, es un incremento marcado en comparación con 2014, cuando el reino debía menos del dos por ciento del PIB.

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Una gran parte de esta deuda es improductiva: los Estados del Golfo están pidiendo dinero prestado para sostener los actuales niveles inflados del gasto. El nuevo sultán de Omán, Haitham bin Tariq Al Said, quien asumió el poder en enero tras la muerte de su primo, quisiera repartir la generosidad. Dubái, parte de los Emiratos Árabes Unidos, tiene un presupuesto expansivo propuesto para impulsar a una economía débil. Algunas de estas medidas tendrán que reducir su escala. Los expatriados en Dubái ya están recibiendo el impacto de los despidos y los recortes a los salarios. Los contratistas en Arabia Saudita están preocupados de que el gobierno comience a postergar los pagos, como lo hizo durante el último desplome en los precios del petróleo.

Los precios bajos del petróleo serán aún más dolorosos para Irak, nación que depende del hidrocarburo para el 90 por ciento del ingreso del gobierno. El país está atascado en una parálisis política. En octubre, el gobierno cayó tras meses de protestas, y el primer ministro designado, Mohammed Allawi, no logró conformar un nuevo gobierno. El año pasado, su predecesor elevó el gasto público un 45 por ciento y duplicó el déficit. Casi la mitad del gasto de Irak se concentra en los salarios y las pensiones del sector público; con un petróleo barato, el Estado no puede pagar la nómina.

A largo plazo, una caída sostenida en los precios del petróleo podría no ser tan malo para los Estados del Medio Oriente y África si los obliga a diversificarse. Aunque el petróleo constituye una inmensa proporción de las exportaciones y el ingreso gubernamental en países como Angola y Nigeria, ninguno de los dos es un gran productor si se les mide por persona. Nigeria necesita “dejar la dependencia en el petróleo”, opinó Charlie Robertson de Renaissance Capital, un banco de inversiones. Robertson recomienda invertir en educación, salud e infraestructura. El presidente de Angola, João Lourenço, quien asumió el poder en 2017, se ha enfocado en reducir los costos a los productores. Sin embargo, producir petróleo en Angola sigue estando lejos de ser barato.

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Los Estados del Golfo hablan mucho sobre diversificación, pero sus ciclos económicos siguen siendo rehenes de los precios del petróleo. Mohamed bin Salmán, el príncipe heredero y gobernante “de facto” de Arabia Saudita, tiene planes ambiciosos para invertir en todo, desde turismo hasta tecnología. No obstante, la inversión directa del extranjero en el reino de por sí era poca, en parte por las preocupaciones sobre el mandato arbitrario del príncipe heredero Mohamed. No habrá un estímulo de la confianza con su sorpresiva guerra de los precios del petróleo. En los Emiratos Árabes Unidos, la economía petrolera que tal vez haya tenido más éxito al momento de diversificarse, la principal alternativa para el crudo es el turismo, el cual provee el doce por ciento del PIB. Sin embargo, el brote de COVID-19 ha ahuyentado a los turistas.

Con una menor presencia del dinero del petróleo, a los líderes africanos y del Medio Oriente se les podría dificultar mantener sosegadas a las masas. En Angola, se celebrarán elecciones en 2022 y el MPLA, movimiento que ha gobernado desde la independencia en 1975, podría enfrentar un verdadero desafío. En Nigeria, el emir de Kano, quien fue el gobernador del banco central y es un crítico de las políticas económicas del presidente Muhammadu Buhari, fue destronado el 9 de marzo por haber demostrado “insubordinación” ante las autoridades locales. Justo antes de la caída de los precios del petróleo, las autoridades de Arabia Saudita arrestaron a varios miembros influyentes de la realeza, entre ellos a Ahmed bin Abdelaziz, el hermano del rey. Ante la ausencia del oro negro, algunos autócratas no dudarán en recurrir al puño de hierro.

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