El quiubo y el ¿qué pasó, chap?
Conclusión es el lugar donde llegamos cansados de pensar Anónimo Hará unos cuarenta años, caminaba con dos ingleses por la Avenida Central. Cada siete
Conclusión es el lugar donde llegamos cansados de pensar Anónimo
Hará unos cuarenta años, caminaba con dos ingleses por la Avenida Central. Cada siete pasos saludaba a algún conocido o respondía a quien, gritando mi nombre, me saludaba desde la acera de enfrente. Antes de llegar a Santa Ana, uno de los ingleses, asombrado por la saludadera, no pudo más y me dijo: Good Lord, my friend, it seems that everybody knows you!
Y añadió con un poquillo de sorna: «Siendo tan conocido bien podrías ser candidato a algún puesto público... a diputado tal vez...
Yo solo meneé la cabeza un poco y esperé a que otra persona me saludara. Cuando sucedió, tomé al inglés por el brazo y lo obligué a seguir por un corto trecho a ese último personaje que me había saludado (aquí, entre paréntesis, les digo que el personaje que seguíamos era nada menos que Juan Salazar Carrera). Le hice notar a Mike Smith (que así se llamaba el inglés de la observación) que, al igual que yo, y probablemente mucho más, Juan Salazar continuaba su camino saludando también a diestra y siniestra. Entonces le dije con mi claro acento de Speedy González: As you can see, Mike, everybody knows everybody in this city.
Y tuve que agregar, también con un poquito de sorna: «En cuanto a lanzarme a candidato para un puesto público, te aseguro que no votarían por mí, precisamente porque me conocen».
El muy británico se echó a reír y masculló como para sí: «Queer, small city, indeed...»
Ahora que repaso este recuerdo me digo a mí mismo que no era Panamá en ese entonces (y menos lo es ahora) lo que se puede llamar una ciudad pequeña. Era, eso sí, una ciudad muy singular por lo amistosa y querendona; ciudad donde la saludadera era un refrescante ejercicio. «¡Quiubo, Machete!». «¿Cómo va esa vaina, Juancho?» «¡Tranquilo, Miguel, tranquilo!».
En aquella ciudad de Panamá, el círculo de conocidos de cada uno se expandía increíblemente. Aun hoy, que hemos crecido como un tamboril al que le rascan la panza y que sobrepasamos el millón y medio de habitantes, es difícil que metas la cabeza en un sitio donde haya más de veinte personas y no conozcas a nadie.
Conclusión: ¿Se estará perdiendo la jovial saludadera. ¿Qué nos pasa, chap? ¿Será que ya no somos tan amistosos como antes?