Denos a su hijo, le volveremos un hombre
- Jaime Figueroa Navarro [email protected]
No basta con una enseñanza por debajo de la media, el Homo sapiens panamensis precisa un cambio estructural que incluya en su común denominador el carácter y la honra.
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Así predica el credo de la Academia Militar de Valley Forge, hogar para la formación de muchos panameños, sobre todo durante el siglo pasado cuando se apreciaba de mayor forma la disciplina militar para la formación de carácter. Con excelente atino, la academia moldea esa otra parte del espíritu que crea líderes a través del ejemplo y el orden, la postura y un código de honor que dicta: “no harás trampa, no robarás, no mentirás y no permitirás que otro lo haga.”
Durante el curso obligatorio de Costumbres Sociales Oficiales, el cadete aprende desde el nudo largo de una corbata hasta el orden de los cubiertos en una mesa formal, y así se convierte la academia en un laboratorio que devuelve a los orgullosos padres un hombre completo al final del camino.
Hace más de cuatro décadas formé parte de esa larga fila gris y hasta el día de hoy, a diario, lustro mis calzados, trunco los pelos que brotan de la nariz y las antenas de cucarachas de las cejas, cortando y aseando mis uñas para presentar la mejor imagen en público, saludando con cariño a mis interlocutores y a cualquier cristiano que se presente frente a mí.
El miércoles, la Comisión de Educación de la Asociación Panameña de Ejecutivos de Empresa celebró un conversatorio sobre los resultados de la mesa del diálogo Compromiso por la Educación, en la que los expositores Nivia Rossana Castrellón y Félix Cuevas, representantes del Consejo Nacional de la Empresa Privada, presentaron la cruda realidad que vive la educación nacional.
Y esa realidad refleja que un alto porcentaje de nuestros alumnos no logran un nivel adecuado de aprendizaje, por debajo de la media de América Latina, escenario totalmente inaceptable en el país más rico de la región, sobre todo en este momento que el fallecimiento de Manuel Antonio Noriega nos rememora que a falta de ejército, Panamá no ha adoptado una política de Estado para inyectar la educación, mucho menos el sector salud, en las últimas tres décadas, con esos generosos fondos que se dedicaban a las mal llamadas Fuerzas de Defensa.
Al pedir la palabra, leí el primer párrafo del escrito que recién publicó el colega Carlos Guevara Mann, titulado Maltrato Generalizado y que lee: “Si hay un rasgo que caracteriza la vida en Panamá, es el maltrato. El abuso, la grosería, la malacrianza y ramplonería son formas típicas de interacción en un país que se autodenomina de servicios”.
Entonces, no basta con una enseñanza por debajo de la media, el Homo sapiens panamensis precisa un cambio estructural que incluya en su común denominador el carácter y la honra. Pero ¿cómo escindir el tumor de la piratería, el libre albedrío y el juegavivo si precisamente son nuestras autoridades los mayores jugadores en la estafa en que se ha convertido el gobernar?
Ante todo, con un cambio estructural, un viraje que nos libre de convertirnos en juguete vulgar de las pasiones por la frustración de un pueblo que no visualiza la luz al final del túnel. Con un compromiso arraigado, que, como ejemplo, dedique la mitad de los aportes del Canal a la demolición y reconstrucción de las ruines escuelas que mal representan con su imagen lo que deseamos para nuestros hijos. Con ejemplares maestros que sirvan de norte al tallado del nuevo hombre y la nueva mujer panameños. Con un currículo que esté preñado con las nuevas realidades del siglo: creatividad, emprendimiento, lenguas e ingeniería de cambios.
Para que al final , Panamá se sienta orgullosa de que sus hijos ocupan los cuadros de honor del continente y ¿por qué no, universales? Hagamos el compromiso, comencemos desde ya en educación, aquello de “denos a su hijo, le devolveremos un hombre”.
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