Desde mADRID
Los locos del libro
Los caminos del libro... no puede dibujar en los ojos de la infancia el miedo, ni manchar sus manos con la sangre de otros, ni pudrirle el corazón con rencores que no son suyos ni entienden
- Pedro Crenes Castro (Escritor)
- - Publicado: 22/3/2015 - 12:00 am
Esta semana en Madrid nos dijeron que los restos mortales de Miguel de Cervantes se encuentran donde todos pensábamos: en el Convento de las Trinitarias en Madrid. Francisco Etxeberría, sabio en su oficio, dio la noticia a falta de la confirmación del todo poderoso ADN, vamos, que no nos fiamos ya de los libros y su registro de los hechos. Esto mismo, hace cincuenta años, basados en los textos, sería palabra de dios.
A Cervantes le debemos “el Libro”, ese que profesamos con devota convicción literaria y del que nos sentimos herederos: “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha”, en dos partes y cuya segunda cumple quinientos años en plena posesión de sus facultades. Un libro moderno, como nos contaba José María Merino en el Festival Eñe del pasado diciembre de 2014.
Don Quijote dotó de una vida mucho más rica a Alonso Quijano, cuya existencia plana solo podía ser conjurada por la ficción caballeresca que le lanzó a desfacer entuertos ante la mirada inquieta y fascinada del desocupado lector.
Pero hay otras revelaciones más excelsas, más determinantes, verdades que se suponen no son compatibles con la muerte ni con el miedo. Hay otros libros y otros locos.
Matar en nombre de cualquier libro es un signo de profundo desconocimiento de lo revelado y su aplicación práctica. Es absurdo, se mire como se mire, imponer una visión del mundo con violencia porque no habrá manera de mantenerla si no es con más violencia. ¿Qué paz buscan esos locos del libro? ¿Qué adhesión voluntaria y sincera, qué retribución eterna por una fe que no es más que la consecuencia del miedo y la propia supervivencia?
Las imposturas, vengan de donde vengan, son aberrantes y merecen, desde el complot de los lectores, todo nuestro rechazo. La violencia que generan ha de ser denunciada de modo unánime por todos, sea ésta verbal, física, espiritual y tenga su consecuencias visibles en un terrorismo económico, de género o de pistola y bomba. Lo que está pasando con la religión no tiene nombre ni puede ser un mensaje venido de ningún libro que se tenga por divino.
Ya lo dice El Quijote, en su segunda parte: “no hay libro tan malo que no tenga algo bueno”. El mensaje no es el problema, lo son los mensajeros. El dios en el que creen es tan débil que no puede convencer a nadie si no es por la vía de la manipulación o la muerte, o el miedo y el terror. Miedo a la maldición, miedo a que te peguen un tiro, miedo a ser dejado fuera de la salvación del grupo, miedo al rechazo y a la soledad. El verdadero Dios se revela en el corazón de la humanidad, convenciéndola por amor, sin renunciar a advertirle de las consecuencias del extravío, pero no está la espada flamígera en mano de ninguno para decapitar al prójimo y darle castigo. Arrogarse esa función justiciera es mentir a todos.
Los caminos del libro, cualquiera que se profese, no puede dibujar en los ojos de la infancia el miedo, ni manchar sus manos con la sangre de otros, ni pudrirle el corazón con rencores que no son suyos ni entienden. La maldad en nombre de las letras, por muy divinas que sean, son una monstruosidad tan grande que debe asustar a cualquier buen discípulo.
¿La solución? Pragmatismo, sentido crítico, abandonar la ignorancia. La fe debe razonar y la razón creer y ambas dar espacios a la divinidad para que haga su trabajo. Los muertos por un libro, el que sea, empobrecen sus palabras, las contradicen. Cada muerte contradice a esa supuesta fe. Es aberrante, injusto e innecesario. El que tiene oídos para oír, que oiga.
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