Fragmento: El fin de Santa María
La ciudad estaba despoblada casi por completo desde septiembre del año anterior, cuando Oviedo se marchó a España. Los clérigos y casi todos los colonos ...
La ciudad estaba despoblada casi por completo desde septiembre del año anterior, cuando Oviedo se marchó a España. Los clérigos y casi todos los colonos ...
La ciudad estaba despoblada casi por completo desde septiembre del año anterior, cuando Oviedo se marchó a España. Los clérigos y casi todos los colonos se habían ido a Panamá. Llegado a Santa María, Pedrarias se entrevistó con el nuevo Obispo y lo convenció de que el futuro en Tierra Firme estaba en el Mar del Sur. A los pocos colonos que quedaban les dijo que no tenía indios para darles, y que si seguían allí terminarían pudriéndose vivos. Les aseguró que su única esperanza estaba en Acla y, sobre todo, en Panamá.
Cómo por esos días se cumplía el aniversario de su resucitamiento, Pedrarias le pidió al obispo Peraza que le celebrara las honras fúnebres. El Gobernador temía que le trajera mala suerte dejar pasar aquella fecha decisiva sin celebrar el ritual. Hizo conducir su ataúd a la Catedral desmantelada, mandó aligerar de malezas el altar y ordenó buscar butacas en las casas abandonadas, para que el séquito del Obispo se sentara. Pedrarias tuvo que resignarse a no tener palma fúnebre, porque ya no quedaban artesanos. Se metió en el ataúd, cruzó los brazos en el pecho, cerró los ojos y dibujó un gesto ausente y solemne.
El obispo Peraza no terminaba de entender la resolución feroz con que Pedrarias acalló las reservas que tenía para oficiar aquella farsa. Aún no terminaba de aceptar que esa selva de locos fuera su nueva diócesis. Por un boquete enorme del techo, entraba un sol infame que le achicharraba las mejillas sonrosadas. Estragado por el calor, tardaba en encontrar las palabras que buscaba para proseguir con el ritual. En la desolación de aquel altar al que la selva ya empezaba a devorar, el obispo Peraza encomendó a Dios el alma del muerto fingido y le pidió que lo tuviera en su santa gloria.
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